Conocí a Alan Navarro cuando aún no era el hoy día mentadísimo Alan Zuko locutorderadiodeFMfigurapúblicaseguidoyadmiradoymovedordemasas, que incluso hoy logró desplazar al #POTUS de mi feis (ya saben, hay que abstraernos de escribir en la misma oración Trump y “muro”). Aún recuerdo cuando le pregunté: «No mames, ¿a Reactor?», y digo, no es que sea yo el más exaltado seguidor de dicha frecuencia pero pues, en primera: es una estación de esas de grandes ligas, y en segunda, pero más importante, es radio pública, pero no así nomás, sino que pertenece al IMER, un organismo gubernamental que recibe presupuesto de ese que pagamos con impuestos los que no hemos encontrado la manera de evitarlos, y nada más por eso habría qué estar atentos de lo que haga y deje de hacer.
Pues resulta que no bien abrí los ojos (hoy día, léase el móvil), había incontables protestas y muestras de apoyo para el programa intitulado El Oasis, y por supuesto para el titular del mismo, a quien independientemente de lo que él, yo considero mi Carnal. Y no, no es porque yo siguiera religiosamente su programa, digo, claro que lo escuché varias veces y claro que estaba chingón, pero pues básicamente a esa hora estoy durmiendo si es que puedo elegir, y trabajando si es que no. Tampoco es por tantísimas borracheras pláticas que compartimos (las menos, de música, las más, de todo lo demás) mientras colaborábamos juntos en esta mi, su, nuestra Revista. Menos aún lo considero por las veces que nos dimos opiniones sobre nuestros respectivos trabajos, editoriales y no. Lo considero así, porque independientemente de toda situación acaecida al y el día de hoy, fuera de su éxito claramente merecido, y sin importar las circunstancias, lo que a mí me consta es que es un individuo leña, uno chidote pues, uno al que le dices: «We, está buenísima, ¿dónde la compraste?», y claro que te contesta, pero mientras te regala la mitad. (Hablo de comida, por si acaso hubiera puntillosos o censores leyendo).
En la medida de lo posible, trato de no subirme a los trenes del mame en la primer corrida; me espero a ver si sale otro tren con un poco más de contexto, pero en esta ocasión me dan hartas ganas de hacer una excepción, no sólo por lo anteriormente dicho, sino porque las palabras de aliento, los “noooooo’s”, los “#eloasisnorenuncia”, los agradecimientos por el apoyo a y de bandas emergentes, e incluso la existencia de peticiones en “change.org” —que no tiene ni Obama—, no pueden ser gratuitas. Digo, yo no soy un experto en las “nuevas propuestas” que les dicen, pero una cosa sí me queda clara: el aventarse a apoyarlas, requiere valor, pero sobre todo, chidez real.
¿Que es una injusticia? Puede ser, ojalá que un día de estos me cuente. ¿Que su programa era uno de los mejores? Suscribo. ¿Que vendrán más cosas para él en el futuro? Sin duda, pero también sin duda que si el argumento para “prescindir de sus servicios” fue “ser incoherente” respecto a sus opiniones, chale, ¿qué es esto? ¿El Medioevo? Pues se parece, pero no; es México/2017, ese en el que más incoherentes son quienes —en teoría— gobiernan y ahí andan, sin programa de radio quizá, pero eso sí, con hartas prebendas.
Ahora, ¿Ustedes lo escuchaban, lectoralectorqueridos? Bueno, pues entonces ya tienen su opinión a la mano, pero si no, déjenme decirles que, para el caso, no es tan necesario haberlo escuchado, porque (disculpita, Alan, pero) el programa como sea, me cae que es lo de menos, porque algunos vemos y sabemos que cuando alguien, al salir de cierta situación de importancia, no da la respuesta fácil ni la elegante, sino la sentida; no habla desde los riñones, sino desde el corazón; no da la pose, sino la cara; ¡vaya!, cuando a alguien se le quiebra la voz, pero no las convicciones, a ese alguien es a quien se le debe dar un micrófono.
Te dije alguna vez: «envidio tu micro, pero te lo aplaudo muchote». Hoy sé que no me equivocaba.