Fotos por Ro Wolf 

Las personas no sabemos decir adiós, tenemos miedo de la palabra, por el temor de no vivir lo mismo, de no poder repetir la felicidad que nos satisfizo en ese momento. Estamos acostumbrados a despedirnos de las cosas, porque la naturaleza nos obliga, nos obliga a decir adiós a las estaciones del año, a la juventud y hasta la muerte.

Estamos acostumbrados a cerrar ciclos, pero no estamos preparados para ello. Este 16 de junio Ely Guerra despidió su tour el «Origen», después de más de dos años llevándolo a todas partes. Un teatro (Esperanza Iris) en el centro de la Ciudad de México es la capa que cubre a los espectadores, del frío adiós al tour.

La cabellera rubia y un abrigo negro visten a la viuda, Ely Guerra envuelta en el negro escenario aparece entre aplausos y gritos. Una vereda tropical resuena entre las bocinas del recinto, es el inicio de un final, y aunque suene a cliché, así lo es. Es el origen de una despedida, es la conciencia de saber que algún día todo termina.

No es un funeral, pero se vive la despedida. Un piano en las manos de Nicolás Santella, es difícil describir el silencio que se siente, es inexplicable. Lo más cercano que viene a mi mente, es el momento en que termina una relación, ese momento en que sabes que tiene que terminar, pero te quedas callado esperando que no pase, que continúe, donde tienes tanto que decir pero no lo haces, es un sentimiento de vulnerabilidad y empoderamiento de uno mismo.

“Te regalo la sal de mis historias, te comparto mi fuerza y mi debilidad, te muestro el cielo al que también llamamos gloria, te regalo mi voz, mi libertad…Te llevo más allá del límite y medida, me convierto en tu amiga. Solamente hay algo que yo me quedaría es la imagen de un santo que me cuida noche y día. Solamente hay algo que yo me quedaría y es la imagen de un santo que me cuida noche y día”.

Ely Guerra recoge los pedazos de una carrera, los toma del aire y los obsequia a los presentes con su voz, como quien te manda besos a lo lejos donde tú sólo sonríes y te llena el alma. “¿Por qué tendrían que llorar por ti?» es la canción que conmemora el ese sentimiento de despedida pero orgullo de haber amado.

Los aplausos no dejan de sonar. El teatro suena como lluvia en las azoteas, como lágrimas incontrolables que caen en un pañuelo. La humedad en las mejillas y el olor a tierra húmeda de los días de un otoño, el frío y el sonido de las hojas que crujen con el viento, mientras al fondo se oye “Tengo frío”.

“Tienes labios de saber besar, pero es que en ti es difícil no imaginar y a veces me quedo quieta en mi utopía. Te dejo, me dejo y sudo de alegría… En la solitaria bella oscuridad voy quitándome el deseo por ti, me consuela la serena inmensidad de las cosas que yo puedo sentir y si acaso ves mi luz o mi señal no des vuelta”.

Los versos de “Tu Boca” flotan en el ambiente. Hay quienes dicen que existe una tristeza después de hacer el amor, ese vacío de separación de dos personas después del orgasmo, una inconmensurable despedida de unión y soledad, pero una felicidad de entrega pasajera. Así es como el ambiente se torna en este final del concierto.

“Quería estar sola para interpretarles esta canción, una melodía a un país herido, donde en la soledad no hay nada mejor que verse al espejo y confrontarse” Ely Guerra despide a Nicolás Santella, le agradece y se queda como esfinge en el escenario rodeada de obscuridad.

Me enteré de cómo se sumerge en el ácido el corazón, puedo claramente ver las gotas de dolor, una mezcla de ignorancia y falta de pasión. Una indiferencia que engrandece el desamor, un silencio enorme que ensordece…Vale que tengas tiempo para volar. Vale que tengas tiempo para sentir el amor. Vale que tengas tiempo para sentir el dolor porque el dolor es mejor cuando se entiende.

Así la despedida de El origen, un funeral lento donde no existe muerte en sí, si no una mutación de energía, decir adiós con el instrumento natural de la música: la voz. Un sonido de despedida y felicidad, una melodía de un orgasmo terminado y de los labios al separarse de un beso, sólo quedan ecos que retumban en la mente y el recuerdo.