Texto por Daniel Dabid // @raniel6
Es grato ver el regreso de artistas que llevan años sin producir música. Y más si se trata de un nuevo material que está bien mezclado y retoma lo mejor de los sonidos del proyecto; pero que al mismo tiempo tiene en cuenta lo que ha pasado y las glorias producidas.
Es el caso del nuevo disco de Lilly Allen quien nos presenta una madurez musical y personal. En él no duda en regresar a los sonidos caribeños que ofreció en el lejano 2006, ahora bien mezclados con sonidos que pasan por el electro pop o el hip hop.
De igual modo, es en la lírica donde tampoco tiene recato en reconocer los errores personales que ha cometido en situaciones totalmente alejadas de la música; como lo puede ser su más reciente divorcio y los problemas familiares. Es, pues, esta la materia prima de las letras de este disco.
Las antes mencionadas, bien podrían ser las razones del título de esta placa, No Shame, que marca el regreso de la cantante tras cuatro años desde su última producción Sheezus (2014), trabajo que ella misma reconoció como deficiente.
A pesar de no ser un disco que pueda significar un brutal regreso de la británica, el tracklist ofrece distintos momentos que agradan el oído de quien lo escucha. Y es que en temas como el primer sencillo «Trigger Bang»(lanzado desde finales del 2017), la cantante dio muestras de gran nivel interpretativo junto al rapero Giggs quien la acompañó en esta rola.
En «Your Choice», donde colabora de manera espectacular con el cantante nigeriano Burna Boy, es un tema curado a la perfección por el productor Pro2 Jay y que merece mención aparte. Al igual que temas como «Pushing up the Daisies» o «Waste», donde la presencia del dancehall logra revivir el lado que nos enamoró de la británica hace más de 10 años.
La producción incluyó diferentes mentes en las que destaca Ezra Koening de Vampire Weekend y Mark Ronson, con quien trabajó previamente para su disco debut y que es reconocido por su trabajo con artistas como Amy Winehouse, Adele y Bruno Mars.
Esta producción tiene una cereza que adorna de gran manera esta placa: el remix de «Lost My Mind», prácticamente un mes después del lanzamiento del disco. Este trabajo es del DJ y productor francés Michael Calfan, que convierte una pieza melosa en un track completamente distinto y listo para la pista de baile. El toque de frenchhouse que él maneja es la clave.
De este modo, Lily Allen regresa con un disco que trabajó de manera ardua para mostrarse completa y no por compromiso, como lo mencionó en su disco anterior; situación que logra en más de una ocasión en un disco que debería pasar con gloria antes que con pena.