2 de octubre… ¡se olvida!

Y es lógico. No es que los mexicanos nos caractericemos por ser muy asiduos a la historia. Nos aburren la fechas, nos fastidian los nombres, nos son indiferentes los hechos lejanos. La vorágine de esta contemporaneidad abyecta nos ciega, nos ensordece, nos ensimisma. Lo viral, lo nuevecito, lo “live”, el trendig topic, nos ocupan todo el tiempo disponible que queda después de buscar ser los más exitosos del universo y tener todo el dinero posible. Los hechos históricos nos importan sólo para hacer fiestas y tener días de asueto. Además, ya pasó un montón de tiempo, ¿no? No me acuerdo ni de lo que hice antier, ¿qué me voy a acordar de algo que ni siquiera viví? El país es otro, esos personajes de los libros ya se murieron, y además no tienen absolutamente nada que ver con nuestro paradigma contemporáneo de Iphone 11® en una mano y Té Chai Latte de Starbucks® en la otra. O sea sí, todo eso sí, pero lo que pasa es que ya saben ustedes, esta tendencia de los rucos de hablar del pasado para resistirse al propio olvido a través de no olvidar. Y sucede que, aunque me resista con ahínco, ya soy yo un ruco que no hace más que rumiar sus propias rabias, y más aún, que este pedacito de historia es aún tan cercano, que siguen vivos algunos protagonistas, pero sobre todo, siguen vivas las heridas, las causas, y la sed de justicia.

Lo que pasa es que 1968 ya se escucha bien lejano. Lo que pasa es que la grilla es para rojillos trasnochados. Lo que pasa es que los estudiantes hoy en día pueden estudiar tranquilos sin temor a que se les mate o los detenga el ejército. Lo que pasa es que ya no hay absolutamente ninguna causa social qué perseguir porque todo está en paz y boyante. ¿Verdad? Pues no, no es verdad, eso de que «quien no conoce su historia está condenado a repetirla» es más vigente que nunca, pero no una historia fría y lejana con personajes unidimensionales de Disney®, sino una historia que le sucedió a alguien como tú, lectoralectorqueridos, un joven estudiante de bachillerato, una joven estudiante universitaria, una madre de familia con hijos en la escuela, un padre de familia buscando cómo sacarla adelante, un trabajador, una enfermera… unos personajes que no eran de cómic. Eran tú, eran yo, éramos todos nosotros, pero en 1968.

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No acostumbro hacer crónica de nada, máxime porque ni siquiera sé cómo, pero en un hecho como este, para no olvidar, para que nunca se repita, toda voz es útil, incluso las imbéciles como la mía, sobre todo, porque como todo ruco, en mi día a día me percato de que esto de «2 de octubre no se olvida» es menos cierto que nunca. Entonces, toleren les suplico, a este ruco necio e idiota haciendo su cantaleta sobre algo que debería importar, nada más porque pudo pasarte a ti, a mí, a todos.

Es que 1968 se escucha ya como una especie de mantra vacuo, pero cuando corría, fue convulso en muchas partes del mundo. Las manifestaciones y francas rebeliones en varios países, principalmente por parte de estudiantes, la mayoría en apoyo a la izquierda o al franco comunismo o socialismo, y derivadas sobre todo del triunfo de la Revolución Cubana fueron un común denominador, pero en México, además, había un factor especial y preponderante, a saber, que seríamos sede para celebrar las Olimpiadas. México siempre ha sido un país complejo, siempre ha sido un país polarizado, y siempre ha sido un país saqueado por malparidos, particularmente desde el término de la mal llamada Revolución Mexicana, alrededor de 1930, sin embargo, también ha sido siempre un país de lucha, de entrega, de protesta y sobre todo, de un pinche estudiantado revoltoso y rebelde, pero siempre atento y siempre interesado en resolver, se pueda o no, los problemas socioeconómicos y políticos del país. Sí, ya sé que en el México de hoy día ya hasta tenemos autos eléctricos, pero no siempre fuimos este ejemplo de desarrollo y bienestar como hoy, ya saben cuanta bonanza vivimos, pero desde 1942 se habían desarrollado diversos movimientos sociales, de obreros, campesinos, ferrocarrileros, médicos, y diversos otros sectores, todos con justas causas y también todos con sus correspondientes represiones violentas, encarcelamientos, y asesinatos. Pero demos un salto temporal arbitrario e injusto buscando que nadie se duerma.

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En 1964, tomó protesta como presidente el abyecto, innombrable, malparido, asesino, y personaje que me hace sentir que no estoy tan feo yo, Gustavo Díaz Ordaz, y dando otro salto arbitrario, plagado de injusticias y corrupción, vayamos al ese tal año de 1968, año en que como ya mencionamos, el gobierno mexicano, estaba preocupado de manera urgente por organizar los Juegos Olímpicos que se llevarían a cabo el 12 de octubre, pero preocupado de manera más profunda (¿cuándo no?) por la creciente ola de simpatía por la izquierda, el socialismo y el comunismo internacionales. Llevaba ese we ya años buscando la manera combatirlo de manera definitiva, principalmente contra los grupos sociales organizados, y sobre todo, contra los estudiantes. Para ese momento, igualito que hasta hoy, teníamos la siempre útil y maravillosa ayuda de la CIA norteamericana, que ya saben, de esa ayuda maravillosa que se te da quieras o no quieras , y sobre todo, teníamos la instrucción norteamericana de combatir rojillos. Las razones son obvias, los estudiantes son semilleros de ideas y futuros líderes del país. Pues bien, en esos mismos estudiantes encontraron la manera de terminar con el problema. Como todo intelecto iluminadote, para acabar con la pobreza, lo lógico es acabar con los pobres. Para acabar con la rebeldía, lo lógico es acabar con los rebeldes.

De la misma manera que tu novia busca un pretexto para terminarte, la génesis de todos estos acontecimientos se da el día 22 de julio de 1968, en el que, con pretexto de combatir una serie de enfrentamientos entre estudiantes de nivel bachillerato de las dos más importantes instituciones educativas de México, como lo son el Instituto Politécnico Nacional, y mi alma máter, la Universidad Nacional Autónoma de México, el cuerpo policíaco llamado «granaderos», toma las instalaciones de dos escuelas vocacionales del primero, y de una escuela preparatoria adscrita a la segunda. ¿Por qué pretexto? Bueno, porque pues les importa mucho el orden y la paz, y no queremos que estudiantes se peleen,, aunque está completamente documentado que esos supuestos enfrentamientos entre estudiantes, en realidad fueron orquestados y fingidos por grupos de choque del mismo gobierno so pretexto de comenzar a tomar las escuelas. Hoy día, lo vemos seguido, se pueden hacer pintas y destrozos varios, y no pasa gran cosa. En 1968 no era el gobierno, ni local ni federal, tan buenaondita, tan tolerantes. Durante los días siguientes, se realizaron diversas manifestaciones por parte de diversos grupos sociales y escuelas en protesta de esas tomas de instalaciones, y se debe mencionar en particular, la llevada a cabo el 26 de julio en la que diversos contingentes se encuentran policías en su camino a la plaza central de la Capital, y en la que se dieron diversos detenidos, incluidos transeúntes, comerciantes y varios extranjeros que nada tenían que ver con las manifestaciones, y  que son prueba de que la brutalidad policiaca ordenada era cada vez más flagrante, y que el plan de disolver toda posibilidad de protesta estaba ya en marcha. Las Olimpiadas estaban cerca, y como los comunistas son asquerosos, la solución, como siempre, es agarrar parejo, luego averiguamos.Pues bien, muchos de los estudiantes que no fueron detenidos ese día, para escapar de los actos de represión, se refugiaron en las escuelas pensando que ahí estarían seguros. A la postre, sabríamos que fue justo lo contrario, y que las escuelas son centros del saber seguros, a menos que haya un presidente que le importe más la opinión internacional que sus propios ciudadanos.

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Y es que pesar de todo lo anterior, aún el gobierno se preocupaba por disfrazar las represiones como actos para conservar la paz y el orden, sin embargo, tampoco es que guardar las apariencias importara tanto en un tiempo en el que la mayoría de la información se daba a través de los medios de comunicación oficiales. Sé bien que es muy difícil, pero imagina un poco, lectoralectorqueridos, un tiempo sin Internet, sin redes sociales, sin teléfonos móviles, sin manera de comunicarse en tiempo real. Por eso fue fácil llegar al completo cinismo, a la lucha declarada frontalmente contra los estudiantes, que se dio en la madrugada del día 30 julio. Dado que los estudiantes estaban realizando asambleas y reuniones en las escuelas, dado que muchos se habían refugiado en ellas como ya mencionamos, el gobierno dio la orden de tomar las escuelas ubicadas en el Centro Histórico. En esos días, la sede de la Escuela Nacional Preparatoria número 1, matutina, y número 3, vespertina (en donde orgullosamente estudió mi Señor Padre, que es quien me contó muchísimos de estos hechos), se encontraban en el edificio actualmente denominado: Antiguo Colegio de San Idelfonso, un edificio de altísimo valor histórico, la primer preparatoria del país inaugurada por el mismísimo Benito Juárez. Pues bien, con el pretexto completamente falso de que los estudiantes pretendían tomar las armerías del Palacio Nacional, el ejército intenta entrar al edificio. Ah, pero no contaban con que los mexicanos, a veces, y sobre todo esos mexicanos de ese tiempo, no eran ningunos cobardes. Los estudiantes se habían atrincherado detrás de la puerta con pupitres, bancos, mesas y lo que pudieron encontrar para resguardarse. Historia de éxito y heroísmo, si no fuera porque el ejército, sabiendo la altísima peligrosidad de estudiantes desarmados, DESTRUYÓ CON UNA BAZUKA LA PUERTA DEL COLEGIO. Nada más una puerta labrada del siglo XVIII. Una puerta que había sobrevivido a las guerras de Independencia, de Reforma y de Revolución mexicanas, pero que no sobreviviría al esfuerzo del gobierno de Díaz Ordaz por preservar la paz y el orden, porque, ¿cómo se preserva la paz y el orden? Pues claro, con una bazuca.

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En ese momento, era ya evidente que esto era una guerra completamente declarada contra los estudiantes, sin embargo, insisto, los mexicanos, (no todos, pero muchos, y por lo menos los de esos tiempos, sí), se caracterizan siempre (bueno, a veces, bajo algunas circunstancias) por ser valientes y enfrentar el peligro con bravura. El mismo Rector de la UNAM, Javier Barros Sierra, condenó los hechos, izando incluso la bandera a media asta, y después de un memorable y valiente discurso, exige la libertad de los presos políticos, exige que se respete la autonomía universitaria, y personalmente encabeza una marcha del 1 de agosto, pidiendo abiertamente el apoyo del pueblo. ¡Únete, Pueblo!, era la consigna, una consigna que hasta la fecha, sigue sin ser atendida, una consigna que resolvería, a la fecha, todo problema. Pero pues no, ¿a quién se le ocurre abandonar sus precarios pero reales privilegios para unirse a una panda de mugrosos? Obviamente, sólo se unen algunos, y esos algunos conformaron el tristemente célebre CONSEJO NACIONAL DE HUELGA, con tres representantes por escuela, siempre y cuando fueran a la huelga total y no a paros activos, y rechazando en ese momento como integrantes, pero sí como aliados y apoyos adherentes. «Nos están matando», dicen las mujeres hoy en día, y es cierto. «Nos están matando», no lo dijeron esos estudiantes, pero también era cierto.

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Los medios, lectoralectorqueridos, los medios, como hasta la fecha (aunque felizmente, cada vez menos), tuvieron un papel preponderante. Los de ese momento, por supuesto, comenzaron una campaña activa y poderosa para retratar a los estudiantes de cuerpo completo: revoltosos, instigadores de la violencia, maoístas, trotskistas, comunistas, tienen caspa, no se bañan, están feos, tienen ladillas, y sobre todo, ¡qué pecado, vaya crimen!, piensan y quieren que se les deje de hostigar, de detener, de amedrentar, de matar. Ah, sí, porque en todos esos días, el común denominador eran detenciones arbitrarias, y ejecuciones, sí, ejecuciones por el gravísimo crimen de ser estudiante. ¿Es exagerado decir que la desinformación puede matar? Pues no, porque en un poblado llamado San Miguel Canoa, lincharon estudiantes porque los medios de comunicación ya habían declarado que los estudiantes eran peor que el mismísimo demonio o tener SIDA. Hay una película sobre eso, que ni por asomo supera la realidad de ser linchado nada más por ser estudiante.

Pliego petitorio del Consejo Nacional de Huelga. Marchas multitudinarias en protesta por los cada vez más numerosos muertos y encarcelados. El ejército en las calles. Tiroteos diarios en escuelas por parte de infiltrados. Más manifestaciones, multitudinarias, multitudinarias de verdad; cientos de miles de personas. La de las antorchas, el 7 de septiembre. La del silencio, el 13. El ejército  toma las instalaciones de Ciudad Universitaria el 18 por la noche. ¿Más o menos te imaginas, lectoralectorqueridos cómo se sentiría llegar a tomar clases con el ejército ahí en tu escuela? Batallas constantes en la calle y en las escuelas entre estudiantes y el ejército, entre jóvenes desarmados y frágiles contra hombres armados y completamente entrenados para la guerra, para matar. ¡Qué gran tiempo para estar vivo! Pero eso no era nada. Aún faltaba lo mejor.

Tal cual lo que en literatura se llama “Calma chicha”, el 1º de octubre el ejército libera y abandona las instalaciones estudiantiles tomadas hasta ese momento. Se tomó como un hecho positivo, pero como siempre, el gobierno tenía otros planes y unos que superan toda mente retorcida de película de terror.

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Era miércoles, como hoy. Miércoles 2 de octubre de 1968. Se había convocado a un mitin a las 15:30 en la Plaza de las Tres culturas, Tlatelolco, en plena capital de México, en una plaza que encierra historia desde antes de la conquista española. En aquel momento preconquistorial, era un mercado. Seguramente en esa tarde de 1968 también parecía un mercado al estar congregadas alrededor de 15,000 personas. Estudiantes de diversos niveles y de diversas escuelas. Trabajadores de distintos sectores. Miembros de la prensa. Simpatizantes. Médicos. Amas de casa. Padres de familia. Y claro, ni modo que no estuviera, el ejército rodeando la manifestación desde posiciones lejanas pero estratégicas, pero la realidad es que había estado siempre presente en todo sitio durante todos esos días, al grado que ya nos hubiéramos acostumbrado a su presencia, de no ser porque a ser franqueado por armas sólo un desalmado, sólo un miserable se acostumbraría. La presencia del ejército era ese telón de fondo color verde militar constante, y acá, en Tlatelolco, como en toda situación completamente organizada, presente desde un día antes.

Si algo caracteriza a los estudiantes hasta el día de hoy, es no tener caracterización alguna, salvo cuando asisten a un evento deportivo. Pero además de los uniformes militares, tan elegantes, tan impresionantes, tan prestos en su verde para ser manchados de rojo, acá sí hubo una caracterización: Decenas de hombres ataviados con un pañuelo o un guante blanco en la mano izquierda comenzaron a colocarse en las inmediaciones y en las entrañas de los edificios del sitio, tomando posición. ¿Para qué? No se sabía en ese momento. Históricamente, el pañuelo blanco es símbolo de la paz. A la postre, sabríamos que en México cambiamos toda regla y todo simbolismo, y que acá un pañuelo blanco no necesariamente significa paz, y que al contrario, es un lienzo en blanco para manchar también de rojo.

Se acercaban las 18:00 horas. Se veía el cielo a punto de llover. A la postre sabríamos que sí, llovió, pero no sólo agua, sino metralla también. Que sí hubo relámpagos, pero mayoritariamente los de las armas disparando. Que sí hubo truenos, pero los de las balas disparándose a pueblo desarmado. El terror, chingadamadre, el terror. Celebro mucho, qué bueno que no hayas sentido nunca, lectoralectorqueridos terror de muerte. Que no hayas sentido la desazón de vivir en esos edificios y saber que si te cortan la luz y el agua desde dos días antes, esta vez no es por incompetencia de los Servicios Públicos, sino porque algo va a suceder, y no algo divertido. Esas certezas de abuelita, pero que acá estaban bien fundamentadas. Esa esa premeditación. Esa alevosía. Esa ventaja que da tener a un ejército, oficial y extraoficial, apostado de manera estratégica contra gente desarmada.

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18:10 horas. Desde un helicóptero militar que sobrevolaba la zona, claro para cuidarnos, se tiran dos bengalas. Una verde, y después una roja. Una verde como nuestra bandera, una roja, como nuestra bandera, pero nunca nos hubiéramos imaginado qué tan rojo podríamos tornarse ese día.

Me abstengo de narrar esas horas, porque fueron horas, pero sobre todo, porque es inenarrable, es inefable huír de no sabes qué. Correr a no sabes dónde. Ver caer como fichas de dominó personas conocidas, y desconocidas, pero vivas hasta hace sólo un segundo. Zapatos en el piso, muchísimos zapatos. Sangre en el piso, muchísima sangre. Ellos no sabían que las manifestaciones se combaten con balas, pero lo supieron en carne propia. Correr, correr, resguardarse. Resguardarse, correr, correr. No ha dónde resguardarse, no hay a dónde correr. Un traidor, infiltrado en movimiento, arrebatando el micrófono para decir, como a la oveja que vas a matar: «no pasa nada», diciendo como el Sócrates que no fue, como el líder que tampoco:

“¡Compañeros, no corran, no se asusten;

es una provocación!

¡Quieren atemorizarnos, no corran!”.

—Sócrates Amado Campus Lemus—

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«Yo no los apoyé, yo sólo vivo aquí», podrían decir y dijeron los vecinos residentes de las inmediaciones. Pues no, esto ya no se trata de quién hizo el problema sino de resolverlo. Como sea, con balas si es necesario, y no lo era, pero lo fue. Ni siquiera si estabas en tu casa, carajo. Ni siquiera si de verdad no sabías lo que pasaba.  Soldados tirando tu puerta buscando a estos abyectos y criminales estudiantes, pero también a ti, porque ahorita todos son sospechosos. Imbéciles malparidos tirando tu puerta sólo porque tienen un arma y tú no. «Batallón Olimpia”, gritado. Muy gritado: «Aquí, Batallón Olimpia», que ahora sabemos que eran los del guante, los del pañuelo blanco, pero que en ese momento sólo eran los que te golpeaban, los que te arrastraban, los que te disparaban. «Aquí, Batallón Olimpia», confundido en lo lingüístico pero también en lo pragmático con “Batallón de limpia”, porque vaya que lo fue. La Iglesia aledaña cerrando sus puertas, ¿cuándo no?  Más soldados tirando la puerta de tu casa, buscando a estos abyectos y criminales estudiantes. Más lluvia, de agua y de balas. Horas de más terror. Donde te escondas, te encontraron, te detuvieron, te pusieron en ropa interior, te golpearon, te torturaron, te mataron. Sí, los mataron.

La lluvia siguió, pero no logró lavar esa sangre. No lo logró ni hasta el día de hoy. Qué lejano 1968. Pinches locos. Pinches revoltosos. Pinches “terroristas” que declaraban abiertamente que sí tenían armas, pero eran sus ideas. Esos estudiantes, esos “terroristas” tan distintos a los de hoy en día que nos cuesta levantarnos, ya no en armas, sino simplemente de la cama.

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No te vayas, lectoralectorqueridos, ya sé, pues, puto anciano castroso que soy, y ya casi termino esta cantaleta, esta perorata. Dicen canciones actuales que: «si no me acuerdo, no pasó». Pero esto sí pasó. Así de crudo y de puntual: el gobierno mató a un montón de jóvenes, al grado que ni siquiera sabemos al día de hoy cuántos. Jóvenes como ustedes. Jóvenes como el que yo fui. El gobierno dijo que a 20. Otros datos dicen que 1500. Otros que 600. Otros que 250. Carajo, ¡aunque hubiera sido uno sólo, chingadamadre!

“Hoy fue un día soleado”, y “Faltan diez días para las olimpiadas”, fueron los encabezados, y al parecer, si nos olvidamos, siguen siendo hasta hoy, con unos días nada soleados en casa, y sobre todo, sin olimpiadas, pero también sin los hijos que nunca regresaron a casa.

Hoy mismo hay marchas cada 2 de octubre que corean que esa fecha “no se olvida”, pero los participantes, entrevistados por diversos medios y a lo largo de años, son prueba de que se ha olvidado: nadie sabe qué es lo que no se olvida, qué ocurrió ese 2 de octubre: “Mataron a mucha gente” es la respuesta que más se aproxima y es una en diez, dice el también traidor de Luis Gonzales de Alba, mientras algunos seguimos diciendo que por supuesto que fue un crimen de estado, que las manchas de sangre estaban en los muros, pero también siguen indelebles, vivas en la memoria de algunos trasnochados, algunos que no perdonamos y no olvidamos. Que esos estudiantes desnudos desnudaron una verdad que sigue clamando justicia hasta hoy. Que se cateó a estudiantes, pero nunca la verdadera justicia, que en camiones de basura se llevaban a estudiantes muertos, pero sus ideas no están muertas, que el Senado de ese momento justificó las acciones, pero la historia jamás lo va a justificar, que se hicieron manifestaciones en Chile, Inglaterra, Francia, Alemania, Suecia, Finlandia, Holanda y Rusia, pero ninguna valdría ni vale tanto como que tú, lectoralector queridos, recuerdes, cuestiones, investigues, y sobre todo, jamás olvides que esto sucedió, y sobre todo, que nunca tendría que volver a suceder.

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El 27 de octubre  de 1968 se clausuraron los Juegos olímpicos, tal cual lo hacemos en cualquier casa de cualquier matrimonio igual que todos los gobiernos que nos tocan, pero que tienen invitados: “listo, ahora toca recoger, limpiar y arreglar este cagadero”. Pero este desmadre, no se arregló y sigue sin arreglarse.

Porque en pleno 2019 no lo hemos podido arreglar. Se dice: «ni perdón ni olvido», pero ni uno ni otro. Vamos como siempre guardando todo esto debajo de la alfombra. Qué bueno que hoy día no esperes que ejército pueda entrar a tu casa, pero puede. Qué bueno que creas que a tu hijo, a tu hija, a ti mismo no se les pueda matar por, como dice Galeano, «tener ideas ideológicas», pero pueden. Qué bueno que 1968 te suene lejano y ajeno, pero no es ni lejano ni ajeno. Estoy lloriqueando sí, estoy rabiando, sí, pero nunca como esos estudiantes a los que, hasta el día de hoy, no hay lloriqueo ni rabia que les dé ninguna justicia.

¿Ya para qué?, podríamos preguntarnos. Para ellos, evidentemente que no. Pero, ¿no se te antoja, lectoralectorqueridos, que sea por lo menos para que nunca, ni aquí ni en ninguna parte del mundo vuelva a suceder?

P.s. Les respondo de antemano a quienes me van a decir que yo ni viví eso. Tienen razón, pero hasta en eso, el 2019 y no 1968 como para no leer todo lo disponible, y que hoy en día está mal visto, pero no prohibido, y sobre todo, no hay una instrucción del gobierno para matarlos por querer saber, por lo menos, que sepamos:

PONIATOWSKA, Elena. La noche de Tlatelolco. (1971).
GONZÁLEZ DE ALBA, Luis. Los días y los años. (1970).
DEL PASO, FERNANDO. Paliniro de México. (1976).
REVUELTAS, JOSÉ. México, 1968:Juventud y revolución. (1976).
(Mi amada) FALLACI, ORIANA. Nada y así sea. (1980).
GONZALEZ DE ALBA, Luis. Tlatelolco, aquella tarde. https://www.nexos.com.mx/?p=30019. (2016).
GUEVARA NIEBLA, Gilberto. Volver al 68. https://www.nexos.com.mx/?p=6899. (1993).
SCHERER, Julio; MONSIVÁIS, Carlos. Parte de Guerra. (1999).
TAIBO II, Paco Ignacio. 68. (2003).

Pero, sobre todo, preguntar a los testigos vivos. Los hay aún en todas partes, como no está en todas partes el esclarecimiento de los hechos. Se va este anciano imbécil, pero sería provechoso preguntar a sus propios ancianos imbéciles, que seguro que tienen bastante más qué decir.

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