Tame Impala es una banda australiana que es liderada por Kevin Parker, quien en el estudio se encarga de todos los trabajos para la grabación de su música; desde la composición, ejecución de todos los instrumentos y la producción de las canciones. Esto le confiere un valor agregado a su producto pues nos queda claro que justo lo que se nos entrega es lo que en algún momento fue lo que sonó en la cabeza del oceánico.
Durante ya más de una década, el proyecto fundado en Perth, ha presentado varios álbumes que se han ganado el corazón de cada vez más fans alrededor del mundo, al grado de que Parker ha llegado a firmar participaciones con artistas de la talla de Kanye West o Lady Gaga, por mencionar un par.
Es así que este inicio de año se nos presentó The Slow Rush, cuarta entrega de estudio de la banda que en cierta manera continúa con el trabajo que vienen haciendo y al mismo tiempo nos deja ver un poco el rumbo que se está tomando.
El material presenta una colección de 12 temas de pop psicodélico, ambiental y en momentos bailable que tienen como hilo conductor al tiempo, ya sea su implacable avance, la añoranza de un pasado que se fue y la pesada carga de darse cuenta de su destructiva influencia. Nos hubiera gustado poder hacer un análisis de cada una de las canciones, pero nos fue casi imposible diferenciarlas unas de las otras.
The Slow Rush, como bien dice su nombre, es un avance lento, una roca que se arrastra pesada sobre la arena del desierto australiano y que nos enseña momentos de gran producción sonora; es decir, la música es buena, pero lo que realmente sobresale de todo el disco (como una pieza en su totalidad) es su calidad de producción y lo exquisito de su selección de sonidos e instrumentación.
Pareciera como si Parker nos entregara un muestrario de su capacidad como productor, una especie de Reel que se encamina a conseguir ‘más chamba’ y no a empujar a nuevos horizontes su proyecto o generar grandes canciones, ni mucho menos a hablar del corazón. Podemos decir entonces que es un disco sin alma.
En general el disco presenta 12 momentos que no distan mucho unos de los otros y que son completamente superfluos, no proponen mucho, no llevan la propuesta de la banda más allá y no se quedan en tu memoria. Algo a lo que ya nos tenían acostumbrados (te gustara la banda o no). The Slow Rush es tan significativo como encontrarse a CR7 en un antro en Dubai.
Este disco alegrará mucho a los programadores de música de los elevadores, pues ahora ya tendrán cómo llenar ese hueco que tenían a las dos de la tarde.