Fotografías: César Vicuña (OCESA)
Hay historias que se cuentan entren los abuelos, hay historias que se leen en los diarios y hay algunas que se cantan, entre dragones un hombre canta con fuego en el micrófono, rodeado de llamas y el vacío obscuro, Enrique Bunbury muta entre la nada y los gritos, la melena rizada y unas gafas obscuras esconden parte de un zaragozano emocionado, en éxtasis se planta en el escenario como una iberia sumergida que flota a la superficie.
Para un concierto así, todo es noche a pesar de ser las veinte horas, todos los asientos ocupados, sombreros negros y calaveras blancas, si no supiera que estoy vivo diría que estoy en el inframundo, una muerte dirige a las almas a la transición de la vida, a la inexistencia, algunos lo señalan como “El club de los imposibles”, yo lo catalogo como el inicio de un orgasmo, una sensación de miedo placentero.
El calor cada vez más palpable, las canciones del ex vocalista de Héroes del silencio, salen de las gargantas de los presentes, como halo de tequila, raspan y queman el esófago en más de una canción. Es una ebriedad sobria, un estado de felicidad que en cualquier momento se puede volver un llanto casi eterno.
Cuando uno está enamorado, hay un palpitar que calienta el pecho, pero cuando uno está roto, ese calor se convierte en hervor. De «Putas desagradecidas» hemos sufrido todos, de mentiras que hacemos reales para confortar nuestras almas, de esta clase de espíritus está lleno el Auditorio Nacional, lágrimas que brotan de entre rostros desconocidos que hacen hermanos de dolor por el simple hecho de estar ahí y sentir lo mismo.
“Engáñame un poco al menos, di que me quieres aún más, que durante todo este tiempo lo has pasado fatal. Que ninguno de esos idiotas te supieron hacer reír y que lo único que te importa es este pobre infeliz”
El solo hecho de escribir esos versos refutan en las manos temblorosas de quien escribe, pero es indescriptible lo que Enrique provoca cuando salen de sus labios, quien no ha perdido un amor, es un ser vivo entre cadáveres, y al parecer aquí todos hemos perdido el aliento, no hay memoria que no tenga en sus recuerdos esta canción que lleva más de 20 años en el repertorio del artista.
Bunbury baja del escenario en un arrebato de locura, el mar de gente lo rodea, solo se ve su cabellera y su brazo en alto, surfea entre las personas, sus tatuajes son acariciados en todo momento, el micrófono encendido resuena con los gritos de las personas y “Maldito Duende” remembra sus inicios, más de 30 años en solitario, con Héroes del Silencio, el Huracán Ambulante y sus actuales Cómplices , los Santos Inocentes.
“No volverás a ver la mirada triste del chico que observaba el infinito”, es el himno de coraje y despedida que un amante advierte a su otra mitad, una advertencia y ultimátum a una chica triste o una “Lady Blue”, que como luna a las cinco de la mañana desaparece para dar paso al siguiente día, al siguiente amanecer y a la próxima calma después de la tormenta.
Dragones bordados en las mangas y en los pantalones de Enrique, un cinturón en forma de león y un sombrero negro reaparecen después de despedirse, a veces asemeja un amante que no suelta tu mano en el momento de separarse, y solo se miran a los ojos esperando que alguien ceda la partida.
“Todo arde si le aplicas la chispa adecuada”, un clásico del cantautor, dedicado a un amor, o ex amor, el caso es que ya es pasado, pero a veces traerlo al presente duele más que el momento en que sucedió, la perspectiva cambia pero el sentimiento no, o al menos el recuerdo del dolor queda en la piel.
Como lava que avanza, se aleja del núcleo, el fuego pierde su calor y la llama se extingue, así el concierto de Enrique Bunbury se convierte en recuerdos de lava, se siente que el corazón se transforma en piedra, el pecho se siente frío y pesado de cantar “Y al final”.
“Permite que te invite a la despedida, no importa que no merezca más tu atención, así se hacen las cosas en mi familia, así me enseñaron a que la hiciera yo. Permite que te dedique la última línea, no importa que te disguste esta canción, así mi conciencia quedara más tranquila, así en esta banda decimos adiós…”
Hay historias que duelen más y se perciben mejor cuando se cantan, porque la voz toma forma, el sonido color. No cabe duda que Enrique Bunbury es un dragón entre dragones, su canto es una llamara que calienta y quema a quien lo escucha, a pesar de que uno esté en cenizas.