Siempre mantuve mi distancia de la música de Rodrigo y Gabriela. Sus extraordinarias-de verdad, extraordinarias-habilidades musicales me parecían propias para el disfrute sólo de los melómanos más cultos y clavados. Además, que el dúo hubiera triunfado primero en los festivales más refinados de Europa que en su propia tierra fue el factor intimidatorio que bloqueó mi interés por acercarme a su obra.
Más como curiosidad que por encargo, acepté darle una escuchada a su séptima producción discográfica lanzada este 2019 bajo el título de Mettavolution. A la primera mitad de la canción homónima que abre el disco me di cuenta que aunque efectivamente el talento de esto mexicanos está fuera de serie, es este mismo ingenio el que facilita que su música sea digerible, gracias a esa capacidad de fusionar diferentes géneros y al mismo tiempo no encasillarse en ninguno de ellos.
Fue precisamente desde la primera pieza, “Mettavolution”, que vino a mi mente una banda que jamás creí pudiera tener relación, más allá de la nacionalidad, con esa dupla: Austin TV. Esas ráfagas de cuerdas disparadas en el trayecto de la canción, sus percusiones orgánicas, y su aceleración rítmica recuerdan a lo que la extinta banda consiguió en el lado Hán de su disco Caballeros del Albedrío.
Aunque esa tendencia aún se percibe en “Terracentric”, sus dilatados riffs reviven la capacidad guitarrística de Jack White, especialmente en sus canciones más west. Una salto casi radical llega en “Cumbé”, una especie de condensación de ritmos latinoamericanos mezclada con su característico rock acústico.
“Electric Soul” es una pieza que vale la pena destacar de Mettavolution, debido a que posee uno de los momentos más tranquilos del disco. Aunque esta canción alcanza una considerable velocidad, aún se mantiene en un perfil bajo y, como es de esperarse, su lenta guitarra acústica se traduce en una sensación de calma y contemplación. Si bien es el tema más diferenciado de entre los siete que componen esta placa de Rodrigo y Gabriela, también es el que más acorde queda con el arte de disco, como si el paisaje de esa obra la hubiera inspirado.
En “Krotona Days” y “Witness Tree”, el dúo sorprende nuevamente con sus habilidades instrumentales, sin embargo, su sonido regresa en gran medida a la primera canción del álbum, por lo que el asombro se ve un poco opacado y las canciones se pierden entre las otras joyas de esta producción discográfica.
Finalmente, Rodrigo y Gabriela regalaron a sus fans-y no tan fans-un pieza digna de colección: un cover de “Echoes” de Pink Floyd. En casi diecinueve minutos el dúo tomó la canción de los británicos y la convirtió en parte de su propio repertorio; quizás la versión acústica que siempre quisimos escuchar de ese tema. Un verdadero choque de sentimientos: por un lado provoca una sensación de vacío al carecer de letra, pero por el otro esa misma ausencia de palabras permite perderse totalmente en la música, ir escalando cada uno de sus ritmos y descansar en cada una de sus pausas. Una tremenda obra musical.