Here comes the cowboy de Mac DeMarco: Profunidad en la pereza.

Por ahí, en el 2017, cuando salió This Old dog, era fácil suponer que Mac de Marco había madurado. La nostalgia que reemplazaba la inocencia y jovialidad de Salad Days (2014) o Another One (2015) podía fácilmente rastrearse en las canciones. Eso parecía algo bueno. Algo agradable. Nuevas tonalidades a la gama del buen Mac. Dos años han pasado, y el problema es que el cantante canadiense parece vivir atrapado en una ensoñación melancólica de la que no quiere despertar. Su nube de tristeza ha llegado para quedarse.

Al menos esa impresión da su nuevo material, producido junto con Yakitori Santar. Here comes the cowboy es como una jaula: uno entra y ya no puede salir, por más bostezos que le cause. Te atrapa y te adormece al mismo tiempo.  Y uno no entiende por qué. No hay momentos memorables, ni grandes saltos; no hay pasajes espectaculares ni atmósferas complejas. Al contrario, el álbum por momentos es puro tedio. Parece estar cansado y aburrido de probar y de jugar el juego de la fortuna y la fama.

A diferencia de muchos artistas que pasan horas en el estudio, Mac de Marco lo hace todo simple. No se obsesiona con la perfección. Su obra es poco elaborada, casi sin esfuerzo, como con pereza. Es cierto que él toca todos los instrumentos del disco, pero lo hace con un desgano tan natural que parece que solo se sabe dos progresiones. El cantante no se arriesga con metáforas complejas o esmeradas estructuras. Verso, coro, verso, coro, y ya está. Puedo imaginarlo probando acordes, él mismo, en su cuarto, un domingo por la mañana con un cigarro de mota, hasta que aparezca la primera frasecita en su cabeza que se convertirá en el estribillo.

Para muestra, prácticamente todo el disco. Ahí está la canción homónima que nos advierte en una sola frase repetida que “ahí viene el vaquero”. Un vaquero triste y solitario, seguido por la intuición de que no hay segunda oportunidad para «Nobody». “Choo choo” parece un demo incompleto. O, ¿qué tal “Baby Bye Bye”, con sus guitarras lánguidas y desafinadas y esa repetición monótona, casi vacua?

Ésto no quiere decir que Here comes the cowboy sea un mal disco. Vaya, es extraño. Hay gente a la que le gusta sentir ese tedio en la música, ese agotamiento de la vida y de la fuerza. Hay gente a la que la vida le da dos y más días iguales. Canciones que duran lo justo para no decir nada.  Así, la experiencia no tiene altibajos; todo gira en torno a un único estado de ánimo.

A su favor: su peculiar tono de voz. Suena melancólico, suave, pacheco. Meditabundo y extremadamente nostálgico. Sin quererlo, da una sensación de contemplación extrema y hasta de profundidad. Como en “K”, la canción que le dedica a su novia Kiera McNally, en la que dice que mientras «más se conoce a sí mismo, más crece el amor por ella». O “Heart to heart” dedicada a esos días que paso junto y separado al buen Mac Miller. O  “Skyless blue”, una pieza desgarradora, sin batería, donde la voz de Mac se convierte en la de un lobo que le aúlla a la luna.  Simple. Directo. Un lenguaje sin tantas florituras y sin tantas vueltas. Menos, es más.

Mac de Marco no se toma nada en serio. Ni su carrera ni su música. Y eso, irónicamente, también juega a favor. Porque nada suena pretencioso, sino honesto. Si no se le piensa demasiado, si solo dejamos que el álbum suene como música de fondo en una noche de whisky y soledad, es probable que nos mueva. Hay un tanto de nihilismo que pesa como el plomo. Como alguien que espera a a Godot sin que éste llegue nunca. El álbum es, en cierta forma, brillante en su simpleza. Y es profundo en la pereza. Es como un cigarrillo pegado al labio mientras la vida pasa sin más. ¡Pinche depresión de vida! Ni Paul McCartney podría haberlo dicho mejor.

 

 

 

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