Jorge Drexler: la noche de asilo dentro del cuerpo de una guitarra

Fotos cortesía de Rafa Salinas

Aunque en pocas horas se vaya a Guadalajara, cada rincón del Teatro Metropólitan tendrá en sus fibras la energía de este par de noches. Jorge Drexler, después de salir entre la penumbra y con el ritmo antecedido a «Movimiento», tema de su más reciente álbum Salvadidas de Hielo, el uruguayo se hincó ante la multitud emocionada como muestra de agradecimiento, humildad, pero sobre todo de sorpresa. No era para menos: el 23 se febrero sería la primera vez que un concierto suyo vendió todas las entradas. Toda la noche se llenó de anécdotas, una de las con las que empezó por contar resaltaba su asombro ante las más de 3 mil personas congregadas delante de él: «hace unos años, cuando tocamos en El Péndulo éramos como ocho personas en el recinto; ahora es increíble ver esto».

«Queridos chilangos, esta es una noche muy especial. Permítanme celebrar mi primera noche con todas las entradas vendidas».

Quizá con el motivo de encontrar una explicación exacta para lo que sucedía, el lleno total del afamado recinto lo atribuyó a un acto de magia. Así dio pie a «Abracadabra», tema también de Salvavidas de Hielo, que también bautiza a la gira que tendrá por clausura un concierto en Monterrey. El asombro no dejó de ser tema en las primeras canciones: «cuando uno escribe sus canciones se sienta ante una hora en blanco y espera a que la magia surja. A veces llegan las musas, a veces no; lo mismo pasa con un concierto. Uno lanza la convocatoria y espera que la gente asista».

Contador de historias (por no decir cuenta-cuentos)

Jorge es, demás, un excelente contador de historias (cuenta-cuentos también podría ser adecuado). Para «12 segundos de oscuridad», la anécdota fue memorable. Cuando era médico, residió algún tiempo en un pueblo en el sur de Latinoamérica cerca del mar. Ahí no había luz ni alumbrado público. Ni agua ni drenaje. Fácilmente podría ser cualquiera de los pueblos que tenemos en este lado del mundo. En las noches los habitantes se guiaban por el haz de luz fugaz que proyectaba el faro del malecón. Así que durante 12 segundos los ojos tenían que reconocer el trazo de las calles antes evidenciado; pero esto era una metáfora. Entonces Drexler no tenía la seguridad de lo que hacía, se encontraba en una encrucijada que era clara pero difícil de distinguir. Eran sus propios 12 segundos y su propio faro. «Hice este disco con mucha oscuridad», confiesa. Para la atmósfera, el equipo de iluminación fue el mejor cómplice, pues asemejó dicho trayecto de luz mientras la canción fue interpretada. Impecable y preciso. Llegué incluso a escuchar cerca el oleaje perpetuo de alta mar.

Es evidente que ahora las cosas son distintas. Él conoce el poder se sus palabras, por eso las usa de una manera mesurada y bien pensada. Me imagino cómo habría sido cuando médico, pero él aclara: «aunque era feliz en mi otra profesión, puedo confesar que ahora soy más feliz». Él también conoce a su guitarra; decir que es una extensión de su cuerpo es minimizar esta relación. Y aunque de más está decir que es la humildad hecho músico, esto también genera resabio, es algo más. Quizá lo explicó mejor canciones después: «esta noche es una montaña rusa de emociones». Una muy didáctica a decir verdad.

Ciudadano del mundo (el Metropólitan como el cuerpo de una guitarra)

Basta escuchar sus canciones para saber que Jorge Drexler es un ciudadano del mundo. Como ejemplo tenemos «La milonga del moro judío», la primer décima que escribió en su vida y fue avalada por uno de sus más grandes amigos y, en sus palabras, maestro: Joaquín Sabina. Pero es impresionante que aunque no haya pisado Veracruz, este estado tenga ya importancia para su música. Los graves no son ejecutados por un bajo como lo es normalmente en la usanza musical, sino por una leona; instrumento perteneciente a la misma familia que la jarana, indiscutible creador del son jarocho. Para esto, invitó al escenario a Joel Cruz Castellano, integrante de Los Cojolites, agrupación especializada en la música folclórica veracruzana. «¡Tengo que ir a Veracruz!», exclamó el uruguayo, pero con la presencia de Joel, sólo añadió: «sino Veracruz viene a ti». Con el invitado ya mencionado fue que se dio paso a «Estalactitas». Ante el conocimiento exacto del público para con las letras de las canciones del nuevo disco, Drexler declaro:

«Me da gusto ver que se saben las letras. Como Salvavidas (de Hielo) fue grabado aquí en México es como si lo recibieran con los brazos abiertos. Es como si este disco volviera a casa».

Tal como vaticinaron sus palabras, la noche fue una montaña rusa. Ahora el ambiente se puso serio. «Despedir a los glaciares» es un tema en el fondo de denuncia. El calentamiento global va desapareciendo paulatinamente los glaciares de Mérida, en Venezuela. Sugirió confiarse en la ciencia para estos temas, pero también en la política: «tenemos que votar por gobernantes que crean en la ciencia y no en conspiraciones baratas. El calentamiento global es una realidad y pronto Venezuela se quedará sin glaciares».  Dedicó el melancólico tema a Leonard Cohen.

Ahora le tocaba el turno a Chile, para ello recurrió primero a un círculo fraccionado por seis líneas que se encontraba a espaldas de los músicos. Hasta ese momento sólo proyectaba imágenes correspondientes con la canción o la iluminación en turno. Cuando un cielo azul con algunas nubes se apareció dentro del círculo nos pidió que lo imagináramos como si fuera la boca de una guitarra. Un instrumento que había sido colocado boca arriba en algún parque. Pero los presente estaban adentro; era como si el Teatro Metropólitan fuera el cuerpo de una gran guitarra. Esta metáfora tomó fuerza cuando explicó: «aquí adentro, nosotros; ustedes y yo, estamos a salvo de lo que está allá afuera. Por un momento podemos olvidarnos de nuestros problemas y dejarnos llevar». Aunque gente del público no se mostró conforme con la metáfora por carecer de realismo, Jorge remató: «a veces el realismo no es la mejor manera de decir la verdad». La petición era simple: el público tenía que imaginarse en un asilo temporal donde la intimidad invadía todo. Y para materializarlo en una canción llamó a Mon Laferte para interpretar «Asilo».

Sólo su  guitarra y la chilena. Nada más. Ella se mostró frágil y admirada ante a quien se refirió como maestro pero también amigo. Para la parte final de la pieza, el cielo se estrelló y toda los músicos acompañantes cantaron indefinidamente el coro. Con las estrellas de fondo y una lentitud sonora, los  sudamericanos bailaron un vals sublime. El último lugar al que se transportó a los presentes fue a Sinaloa, pues de allá es El David Aguilar. Gran amigo de Drexler e indiscutible acompañante por la Ciudad de México. Juntos y a dos voces bien sincronizadas y armónicas, dieron vida a «Horas». En este tema, el gentlemex, como lo apodó Jorge por su manera de vestir, dio muestra de su increíble capacidad para silbar. Fue una flauta humana.

El arribo

Entonces Jorge con guitarra en mano, decidió darse gusto a sí mismo con una canción no contemplada en el setlist. Era la noche adecuada. «Fusión» fue coreada por todos. «Esta noche es como una primera cita», confesó. Con esta misma postura, ante el público y sobre un banco, llamó a sus guitarristas para interpretar «Pongamos que hablo de Martínez», canción que dedicó a Sabina. Otro homenaje se hizo presente: Tom Petty fue recordado con la combinación de su canción «Free Falling» con «Antes»: el primer verso y los acordes de la composición de Petty dio paso al tema del álbum Lluvia, los coros de ambas canciones se hicieron uno al final de la canción. El ambiente volvió a crecer y la intimidad desapareció con la emoción desatada que provocó la interpretación, sin introducción o anécdota previa, de «La trama y el desenlace».

La energía no desparecería ya. «La luna de Rasquí», «Bailando en la cueva», «Telefonía», así como «Todo se transforma» fueron las protagonistas del final de la noche. Después de tres falsas despedidas, dedicó la última pieza a los músicos y poetas que se encontraran en el recinto, pero sobre todo, a aquellos que lo eran sin siquiera saberlo, pues lo llevaban por dentro. «Quimera» habla también de la búsqueda de la inspiración y cómo esa búsqueda no debe ser olvidada por ningún motivo. Con Mon, El David y Joel sobre el escenario, Jorge Drexler agradeció a todo el staff que hizo posible el concierto. Pero también al público, ante el cual se volvió a hincar luego del copioso coro de la canción mencionada.

Estoy seguro de que Jorge Drexler escribiría tantas canciones como historias haya por contar. Así no hubiera más hojas en blanco; así no haya tinta en las plumas. Aunque el concierto haya terminado la energía liberada por los asistentes no se irá jamás. «Cada uno da lo que recibe y luego recibe lo que da», dicta una canción y así será. La hermandad está impregnada en cada uno de los asientos. Esa noche los extraños se conocieron y brindaron como los amigos de toda la vida. La pena no estaba en ningún lado ni en ninguna persona. Es difícil saber quién no cantó un coro al unísono o bailó, por un momento, con su vecino. Supongo que de eso se trata el asilo. Aunque afuera, a tan solo unos pasos, todos tendríamos que volver a ser quienes somos o quienes decimos ser. Pero eso será después, cuando las luces sean enciendan y las puertas sean abiertas. Quién lo diría: la fiesta más grande se vive en el fondo de una guitarra

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