«(…) Yo te agradezco aunque me voy avergonzado de ser parte una especie
que hoy te viola en un patético festín (…)»
—Gustavo Cordera—
«Soy único. Soy el último rinoceronte blanco macho en el planeta Tierra. No quiero parecer un aprovechado, pero el destino de mi especie depende, literalmente, de mí. Actúo bajo presión. Mido 1,82 metros y peso 2,267 kilos, por si esto importa». Eso se leía en el perfil de Tinder® de Sudán (sí, ¡DE TINDER®!), es decir, de cierto rinoceronte blanco que era el último de su especie. Y sí, obvio que Sudán no sabía escribir (al igual que la mayoría de los que usan dicha red social), sin embargo, sus poquitos pero verdaderos amigos le crearon un perfil para resolver su situación, con una desesperación muy parecida a la de los usuarios regulares, excepto porque lo que le sucedió a Sudán no era ni por asomo su culpa. Pues bien, Sudán buscaba en dicha plataforma una lana para hacer realidad la fertilización que conservaría su especie, pero al igual que la mayoría de los que buscan el amor, desafortunadamente no lo logró, y tuvo que ser sometido a eutanasia obligada por los padecimientos propios de su edad que era ya avanzada (insisto, igualito que en el Tinder®), así es que murió en la reserva natural keniana de Ol Pejeta, donde vivía desde 2009, y pues sólo le sobreviven su hija y su nieta (otra vez, igual que en el Tinder® —pero ojalá que también sucediera en familias de políticos).
Ya sé que de la noticia ya pasaron como 15 días y que en esta época vertiginosa de sobreinformación son equivalentes como a medio siglo. Ya sé también que acaban de regresar de vacaciones y que por ende sólo quieren quejarse de sus trabajos o presumir su bronceado pitero, y es más, ya sé que acaba de ser la esa Semana Santa y que quizá deberíamos ver qué tanto reflexionamos sobre pecados y personajes de ficción. O quizá deberíamos enfocarnos en que ya comenzaron (de nombre, porque en realidad llevaban como un año) las campañas electorales. Bueno, pues sí, todo eso sí, y hasta también sí los memes, o momos (o como los millenials los llamen ahorita) actuales, y que el ese Justin (que también es como un meme), o lo que sea. Insisto, sí todo eso, pero carajo, ¿de verdad ya no importa, ya se nos pasó tan rápido? ¡Ya nos terminamos otra especie! ¡Otro animal al parecer sólo se conocerá en el futuro por putas fotos! Digo, el año que entra otra vez habrá vacaciones, otra vez van a crucificar a diosito en Iztapalapa y en sus corazones, el próximo sexenio habrá otra vez elecciones entre rateros bastardos de mierda, al otro año (y pasadomañana también) habrá personajes ridículos haciendo el ridículo, pero, ¿saben qué no habrá el próximo año? Exacto, rinocerontes blancos.
¿Se acuerdan del gorila albino Copo de Nieve, del panda Chun-Lin, del león Cecil, del elefante Satao, o del oso polar Knut? Bueno, pues aunque era de una especie distinta (Ceratotherium simum cottoni), el rinoceronte Sudán padecía de algunas terribles malasuertes que lo hacían parecido a ellos, y no era únicamente el hecho de que sólo unos pocos podían pronunciar sus nombres científicos, sino que al parecer todos ellos serían lo que en lenguaje no científico sino coloquial definiríamos como: un animalote bien chingón y por ende, la otra afección aún peor: que al parecer, cuando eres un animal portentoso, está mejor matarte que pugnar para que no te mueras nunca.
Sudán fue el último rinoceronte blanco del norte, macho auténtico (que es mucho más auténtico que esas estupideces de machoalfalomoplateadoysuputamadre) que pisó la tierra. Nada más era el segundo mamífero terrestre más grande, sólo después de los elefantes, y al igual que con ellos, toda la historia de su especie, desde que se cruzaron con nosotros, fue un sinfín de andar ahí correteándolos y matándolos porque pues sus cuernos. Como si un hueso tuviera más utilidad fuera del cuerpo que dentro. Ah, pero es que esos colmillos, esos cuernos dejan una lana, ¿no?, mucha de hecho, aunque el resto del cuerpo al parecer sea solamente pedazos de carne informes e inútiles. ¿Se la comían siquiera? Nel, ni eso, han de estar bien duros para masticar, pero pues se pagaban precios superiores al oro en el mercado asiático. ¿Por qué? Porque pues según la keratina, que en teoría les daba superpoderes sexuales aunque químicamente hablando, era muchísimo más fácil (y más barato) tragarse las propias uñas. El único consuelo que queda es que por lo menos eso lo aprenderán a la mala y en carne propia, ya que alguien que mata una especie, cualquiera que sea, por mero placer, que es sinónimo de decir: por razones imbéciles, que es sinónimo de decir: sin razón alguna, pues esos, ni con cuernos de rinoceronte podrían mantener ningún tipo de amor consigo porque amor es precisamente lo que no tienen. Diría que se parecen a mí, pero por lo menos yo no mato especies cuasiextintas para conservar al ser amado. Y es que por eso es peligroso el dinero: si se tiene demasiado, es muy probable que bien pronto no se sabrá qué hacer con él, más que pura estupidez.
Y sí, ya sé que pinche doblemoral porque come carne, pero en mi indeseada aunque inevitable hipocresía —humano que soy—, trato de convencerme de que la alimentación es como otra cosa, que es debatible, discutible, y enfocable, pero ¿esas chingaderas de los Safaris de cacería? ¿Dónde está el más mínimo asidero lógico y ético para matar un animal, un ser vivo, nada más por nuestros enormes (metafóricamente, porque en realidad son bien pequeñitos) cojones humanos? Si por lo menos se dieran en la madre contra ellos con las posibilidades propias de cada especie, es decir, puñetazos y piquetes de ojos contra garras, colmillos, cuernos y fortísimos cuerpos, pero ni eso. El humanito, ya saben, yendo a medirse el pene, ah, pero con balitas, con miritas telescópicas, escondidos de la mal llamada presa como los cobardes que somos. ¡Cuánto me alegro de que, según los últimos informes científicos, desconozcamos todavía como ¾ partes de las especies del planeta! ¡Que se queden así, que nunca nos conozcan esas especies a las que les valemos madre y no se interesan en nosotros hasta que un mal día se nos ocurre que las queremos disecadas en casa, o mejor aún, quitarles la suya! Insisto, cobardes, pero por más que nos creamos superiores, los seres humanos somos animales, bastante inferiores en casi todo, pero con la única ventaja de la mentada consciencia que al parecer sólo nos ha servido para inventar religiones y esquemas de ventas piramidales, porque en cuanto se refiere a la naturaleza, como tenemos esta vida regalada y toda la otra vida regalada también, confundimos “gratuito” con “sin valor”, aunque ni por asomo sea lo mismo.
Como un ejercicio ontológico, deberíamos preguntarnos, ¿qué nos hace creernos tan especiales? Supongamos que un humano, sea quien sea, cae (seguramente por andar ahí haciéndose el gracioso o el valiente) al alcance del último ejemplar de una especie animal. ¿A quién salvaríamos? ¿Quién tiene más derecho a la supervivencia, a la permanencia, a la conservación? ¿Valdría la pena extinguir una especie por salvar un ejemplar de otra que no está ni por asomo en peligro de extinción, sino todo lo contrario? Porque aparte de todo, nuestra especie es, por decir lo menos, muy maleducada, digo, ¿acaso cuando vamos a casa de un amigo, llegamos, echamos desmadre, rompemos y destruimos a voluntad, robamos lo que se nos da la gana, y después de dejar un cagadero que ni siquiera ayudamos a limpiar, todavía queremos que nos vuelvan a invitar? Bueno, hay quienes lo hacen en mi oficina, pero eso no quiere decir que esté bien, y es justamente lo que hacemos con todo ecosistema. Si algo me encantó de Jurassic Park es eso de que: “Life, Uh, Finds a Way”, y aunque es irrebatible, también es irrebatible que los humanos lo hacemos muy pero muy complicado. Porque hay muchas cosas que los seres humanos hacemos bien, algunas hasta son prodigiosas, pero por lo menos hoy, no merecemos sino que un cuerno de rinoceronte nos golpeara y nos atravesara hasta la extinción.
Y es que sólo un subnormal podría, de un animal majestuoso y vivo, codiciar sólo un cuerno, un pedazo. Yo muchas veces he denostado a esos que, en lugar de compartir una poesía completa de Galeano, o de su autor favorito (menos Coelho, no mamen), andan ahí cortándola, seccionándola, para mandar sólo un pedacito, un retazo, que es igual que recortar la foto de la mujer más guapa para quedarse sólo con la nariz. Y para el caso de los animales es lo mismote: La nariz de Monica Bellucci es bellísima, pero no lo es todo, y aunque la disecaran completa, ¿de verdad está más chida ahí toda rígida en la sala de su casa que viva y sonriendo?
Pues ahora sólo falta ver qué especie nos vamos a terminar mañana. A este momento, ya no tenemos rinoceronte blanco, y tampoco ni tantita vergüenza ni tantita madre.
P.s. Dedico estas obtusas líneas a mi amigo Pedro Reina, a mi amigo Carlos Maciel, y a todo aquel que como ellos, como pueden y contra toda posibilidad, dedican su vida para conservar la vida; esa otra vida que a casi a nadie le importa.