Celebrar un año más de Leonard Cohen es recordar que el tiempo eventualmente no los quitará, que cada día es más difícil para algunos tener la oportunidad de verlo en vivo. Y es que un año más, en realidad es un año menos, que uno entre más envejece más quiere alargar el tiempo. Porque vida es eso que fundamentalmente no se tiene, no se puede poseer, se escurre entre los dedos, es en esa vacuidad en que este sensei de voz extremadamente masculina y seductora, acaricia las entrañas auditivas, impregna el cerebro con poesía que divaga entre lo sagrado y lo profano, preñando a cuantos le escuchan.
Filosofía, existencia, amor, desamor, búsqueda implacable de sentido, de libertad, de establecer acciones a través de la canción, de mandar mensajes e imponer una ideología que comulgue con la conciencia, con lo humano, radiografiar el ser y plasmarlo, exhibirlo, estudiarlo y analizarlo al desnudo, como quien usa la pluma como un bisturí y opera a corazón abierto, dibujando en nubes sonoras un por qué y un para qué.
Así que esta fecha es más una celebración y recordatorio que tuvimos la oportunidad de coincidir en el espacio-tiempo con este crooner zen, que seguirle contado los años, pues nos recuerdan que la única certeza es la muerte y que cada día tenemos en este plano existencial menos Leonard Cohen que el día anterior, no así su música y sus letras, esas son eternas.
Y todavía a sus 82 años nos regala música nueva, escucha.