Si uno pregunta por la calle, pocos la conocen. No es de extrañar, claro. Su nombre está ligado a un sentido de auténtica rebeldía. Su imagen no evoca los sosos arquetipos de un lado B salvaje, pero sin causa. No. Ella es Lydia Lunch y se sale del molde, la pose, la moda. Los que la ubican, saben que es una institución de las palabras, una poeta del punk, digno headliner de un festival de potencias como el Marvin. ¿Estará la Ciudad de México preparada?
-Let’s go, let’s do it– dice la cantante en entrevista para Kuadro. Se escucha emocionada y contenta. Tiene pensada una presentación que promete ser agresiva, divertida y que, además funcione como retrospectiva de todos sus proyectos musicales, desde Teenage Jesus & The Jerks, hasta Retrovirus, pasando por 8-Eyed Spy y por su grupo feminista, Big Sexy Noise. Por si algo faltara, contará con la presencia de Weasel Walter que, según ella, es uno de los mejores guitarristas del mundo; y Kim Gordon, la emblemática bajista de Sonic Youth.
Let’s have a fucking party in Mexico City– agrega Lydia. Al final, se le dan las grandes ciudades. Nació en el 73, en una de ellas: Nueva York. Ahí encontró con su banda, Teenage Jesus and The Jerks, una oportunidad para escupirles a las costumbres burguesas y la doble moral norteamericana, a través de una música instintiva que renunciaba a las notas, los ritmos, las melodías; a la maldita estructura. Por supuesto, estamos hablando del punk. O el no wave, como se le bautizó en los barrios rudos y violentos de la Gran Manzana.
«Todavía considero mi música como “no wave”, porque no es necesariamente amigable con la audiencia- confiesa la artista. Pero, ¿cómo definir el movimiento y su sonido? La música del no wave, la música que me gusta es muy Dalí, muy surrealista», nos comparte. En ese momento de la conversación, es donde aparecen sus referencias. Vanguardia, arquitectura, Barcelona, y mucha literatura. Y es que sus principales influencias, antes que musicales, son literarias. Escritores como Jean Genet, Antonin Artaud y, sobre todo, Henry Miller.
«Tomo la inspiración de escritores porque, aunque hago música, las palabras son lo más importante para mí, y este es mi alimento». Amén. Más palabras, menos mierda; menos Trump, menos hipocresía. Y no solo palabras. Lydia Lunch es ejemplo de versatilidad, del artista multifacético. ¡Y vaya que se ha valido de todas las formas y medios! Ha hecho fotografía, música, actuación, performance, spoken word, poesía, cine, autobiografías y hasta libros de cocina. No hay límites para sus ideas.
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«Lo curioso es que no solo me relaciono con el arte. Además, me gusta estudiar bacterias, física cuántica, arquitectura… así que mis intereses no son necesariamente artísticos». Poco a poco, se convierte en mensajera de un brutalidad honesta. De un arte que recoge de todo y que carga, además, un sentido, una búsqueda, una carga simbólica.
Después de 40 años el mensaje sigue siendo el mismo. Está dirigido a cada individuo que se sienta fuera de todo. Es una expresión pasional y violenta de insatisfacción contra un montón de cosas más allá de nuestro control. También es una rebelión por el placer.
Lydia Lunch no piensa parar. Su plan es seguir por donde pueda. Además de las giras, prepara talleres para escritoras y tiene programado un tributo al grupo Suicide en Europa. Y, ¿después? ¿Quién sabe? Fundar nuevos proyectos y colaborar con más artistas de la talla de Nick Cave, Thurtson Moore u Omar Rodriguez Lopez. Eso sí, hay algo que tiene claro. No llamar por llamar. Para ella, es siempre el proyecto el que dicta al colaborador y no al revés; lo que importa es el concepto, y luego buscar a alguien que pueda ayudarle.
Esa es su premisa. Levantar la voz para hablar de lo que pasa, lo que ve, lo que percibe. Por eso, no pierdo la oportunidad y le pregunto sobre un tema que me quema y me retuerce: el #metoo.
-No tenemos tiempo para hablar de eso- es lo primero que me contesta, como un clutch que mete para recordarse que no debe convertir cada plática en un manifiesto. Pero, al final, un instinto la rige, y de su boca se desborda la palabra. No puede evitarlo.
La situación tiene que cambiar a nivel global. Se enfocan demasiado solo en la mala conducta sexual, cuando las mujeres han sido y siguen siendo masacradas hasta por tomar manos en el Medio Oriente. Son traficadas sexualmente, decapitadas; el asunto es mucho más grande de lo que se están empeñando en convertirlo.
En ese sentido, ella antecede al movimiento. Me cuenta brevemente que su primera historia de abuso tuvo que ver con su padre. Nueva York. Violencia, adicciones, drogas… se trata de una historia que ha narrado por 40 años y que, dice, no solo tiene que ver con acoso sexual, sino con algo más grave. Luego viene el grito, ese que se espera en cada lugar que pisa:
¡Las mujeres tienen el derecho a levantar la voz! La situación es mucho más grave, es la violación del individuo a cada nivel. Todos somos víctimas, de una forma u otra, del sistema que controla el planeta.
Segundo Amén de una charla que no dura mucho, pero que es suficiente para hacerme notar una verdad: como Lydia, no hay otra. No hay dos. Ahora es claro porqué pocos la conocen. Ella es la palabra que quema, la voz que se opone al establishment, la llama que arde con crudeza y sin filtros. Lydia Lunch es la verdad que, en prosa, se revuelca por menos mierda, y más palabras. Porque de mierda estamos llenos y las palabras, auténticas y ciertas, son lo que nos falta.