Músicos reconocidos fuera de la música… ¿nos debe molestar?

La respuesta es no, pero ¿qué quiero decir con esto? Me refiero al galardón que una institución —por lo general perteneciente a un gobierno—, otorga por otros méritos, no necesariamente culturales, a personalidades de la música. Aunque ha habido ocasiones en que mundos muy distintos como la farándula y la política se juntan, dando como resultados a senadoras como Irma Serrano «La Tigresa», o presidentes de partidos políticos como Jorge Kahwagi (me reservo los comentarios), el caso de los premios concedidos a músicos por cuestiones ajenas a su dedicación parece tener más trascendencia.

La discusión actual gira en torno a Bob Dylan y el fallo de la Academia Sueca al nombrarlo como el Premio Nobel de Literatura 2016; menciono esto con cautela porque aún el compositor (y poeta) estadounidense no ha declarado, como era de esperarse, nada al respecto. La respuesta de si él acudirá a Estocolmo el próximo 10 de diciembre está-flotando-en-el-aire. Esta duda no es gratis: lo mismo ocurrió cuando en 2007 le fue concedido el entonces Premio Príncipe de Asturias y no acudió a la ceremonia de premiación.

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Sin embargo, quiero tocar este tema desde otro ángulo, ya que hoy, 26 de octubre, se cumplen 51 años de que el entonces primer ministro Harold Wilson, (cuyo distrito electoral correspondía a Huyton, Liverpool y quien, además, se declaró admirador de la banda) junto con la reina Isabel II nombraron a los cuatro integrantes de The Beatles como Miembros de la Orden del Imperio Británico. Para la ya famosa banda, este nombramiento significó un aumento en su popularidad e influencia. Entonces se reconoció a la banda por su labor de llevar la cultura inglesa alrededor del mundo y aquel nombramiento inaugurado en 1917 por el rey Jorge V por primera vez se entregaba a alguien que no perteneciera a la política o a la milicia.

Este fue el inicio de una serie de polémicas de las que el cuarteto no se libraría, incluso hoy día. Pese a que la noticia ya se conocía desde el 12 junio de aquel año, la controversia creció más a medida que la entrega de la medalla real se acercaba. La opinión pública inglesa concordaba con la postura del periodista Bernard Levin (nombrado casi 30 años después como Comendador de la Orden del Imperio Británico, un rango distinto al que fue otorgado al cuarteto), quien se sentía indignado porque tal honor se entregara a cuatro sujetos cuya música consideraba «porquería efímera»; inclusive algunos miembros entregaron sus medallas en señal de protesta.

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Pese a que en 1969 Lennon regresara su medalla a la reina en protesta de la participación de la corona británica en la guerra civil de Nigeria (mejor conocida como la guerra de Biafra), además del apoyo del imperio inglés en la invasión estadounidense en Vietnam y por último, como un toque de humor, por el deceso de popularidad en las listas de su sencillo «Cold Turkey», el hecho de que este nombramiento se le concediera a The Beatles abrió la puerta para que se reconociera a otras personas en distintos ámbitos, mayormente deportistas (sin embargo, en la música; P J Harvey y Adele fueron las más recientes galardonadas. El punto es: hay más cosas por las cuales sentirse orgulloso además de la función bélica y política y la reina Isabel lo supo ver en su momento.

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La cuestión política queda en un plano distinto: como cualquier ciudadano, los músicos tienen derecho a tener una inclinación política siempre y cuando no caiga en el proselitismo ni en la propaganda ilegal, pero lo importante es saber que las condecoraciones oficiales pueden cambiar paradigmas y reivindicar funciones. Aquí vuelvo a Dylan: la polémica que desata su nombramiento como Premio Nobel es más notable en los puristas de la literatura, aquellos que consagran a la Academia Sueca como el máximo organismo en el prestigio y cuidado de las letras, pero la premiación no es fortuita; Dylan ya era candidato para el galardón desde hacía varios años.

¿Es, entonces, Bob Dylan un literato? Quiero rescatar aquí unas palabras que el periódico La Jornada publicó el 14 de octubre del presente mes al respecto: el escritor Salman Rushdie ubica a Dylan, como la encarnación del aeda: una figura mítica y fundamental de la cultura griega en donde residían todas las artes; entre ellas la música y la poesía, por lo tanto, la poesía con el aeda, era cantada. Luego surgieron herederos de esta figura: los bardos, los juglares, los escopas y, por supuesto; los trovadores.  «Cuando Gutenberg inventó la imprenta, el aeda enmudeció. La poesía dejó de ser cantada. Y el mundo separó a las hermanas gemelas: la música y la poesía. Bob Dylan reúne a la música y la poesía, como un aeda contemporáneo. Y eso es lo que premia ahora la Academia Sueca». Esa es la reivindicación de la hablaba.

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Tanto The Beatles como Bob Dylan tuvieron y tienen aún la suficiente trascendencia para romper los esquemas aparentemente perpetuados. Por eso mi respuesta es no. No debemos molestarnos, sino contemplar —y por qué no, cuestionar— estas otras posibilidades; no digo que estén, queridos lectoras y lectores, de acuerdo, sino que vean estas premiaciones como una manera distinta de concebir las cosas: así el reconocimiento antes militar y político puede ser cultural, y la literatura es también, porque siempre lo fue, poesía cantada.

Celebremos pues, estos 51 años que se sienten como nuevos:

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