Hora: 23:45. Era el tiempo hora elegida para cumplir la misión: escribir sobre el nuevo álbum de The Prodigy. Escribir antes de que sea tarde y haya amanecido en gran parte del mundo. Es cumplir esta tarea cuando la música te acelera los latidos te hace mover las piernas. Y te incita a dejar el cuarto y buscar una fiesta de luces neón, pistas y tragos.
Es el álbum perfecto para una noche de jueves, o de viernes, o de sábado. O para cualquier noche con ganas de ser una noche loca, desenfadada. 26 años después del Experience, la fiesta continúa. Porque la vida es fiesta, y la fiesta no termina hasta que se va el último asistente. No Tourists, no es más que la continuación de esa visión del mundo, no apta para cualquiera.
Así ha sido siempre la música de The Prodigy. El grunge de la electrónica. Beats pegajosos para atascados; para los intensos que se quedan hasta el final aunque les cierren el metro, aunque haga frío, aunque trabajen mañana. Sólo bastan 10 segundos de la inicial, «Need some1», para darse cuenta de que las intenciones de la banda se alejan de la escena actual, llena de luces, de ternuras, y sutilezas.
Liam Howlett, Keith Flint y Maxim Reality se desentienden de las modas. Mejor dicho, parecen orientarse por una electrónica de vieja escuela, básica, elemental, obsesiva. Así aparece,»We live forever», un corte que, de ser rock sería himno de estadio. O también, «Timebomb zone», otra rola que bien pudo ser sacada del Fifa ’98.
Grabado en su mayoría fuera del estudio, No Tourists se siente intenso, como si cada canción hubiera sido producida después (o durante) un rave, o en una experiencia con grapas. Es por eso, un disco que no da descanso, una montaña rusa sin bajadas, una parábola continua, diesel encendido. Sólo hay que escuchar «Champions of London», cuatro minutos frenéticos, de la más sucia y sublime música electrónica para entender porque The Prodigy es un mito de la música hype.
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