Radiohead | A Moon Shaped Pool

¿Cómo sobrevivir a un garrón amoroso? Ese podría ser el subtítulo de esta humilde reseña, porque ese es el sabor que queda tras haber escuchado a  A Moon Shaped Pool, el nuevo y siempre bienvenido trabajo de Radiohead

Íntimas, cálidas en su forma y autobiográficas (tanto para ellos como para nosotros), las canciones renovadas del disco se presentan como fragmentos de un discurso post-amoroso. La clave se podría hallar en un acontecimiento preciso la separación de Thom Yorke “después de 23 altamente creativos y felices años”.

Resistiendo a un comienzo engañoso “Burn the Witch», el primer adelanto, es una gran canción pero no encuentra aliadas a lo largo del trabajo. Podemos decir que A Moon Shaped Pool crece a partir de “Daydreaming», la piedra angular del disco. Con aires meramente taciturnos, aunque sin caer en el dramatismo y sin retorno de otras canciones de su repertorio (“Videotape», por ejemplo) la canción se vuelve esperanzadora en su desenlace como si se tratara de una crisálida. La posibilidad de escucharlo al revés, insinuada por los efectos inversos que aparecen a lo largo de toda la canción, refuerza la hipótesis del duelo o, quizás, la dualidad. También nos aproxima a una segunda dimensión del trabajo: la del paso del tiempo, ese que no se detiene y sigue su marcha indefinida a un largo sueño.

Si “Daydreaming” termina en un sueño, “Decks Dark” lo continúa proyectando la soledad sobre la oscuridad y la ausencia de una cama vacía (lo que sucede a muchos amantes). Delicado al comienzo, madura sobre un andamiaje de texturas etéreas que envuelven el camino trazado por el piano y la línea de bajo. Sin lugar a dudas, la canción más bella de todo el álbum y la pieza necesaria para saldar la deuda de todo el disco. El efecto se prolonga, con acierto y desde una óptica analógica o naturalista en “Desert Island Disk“, una meseta folk con aires de mañana fresca y campestre cuya sustancia evoca un cierto optimismo. Esto llama la atención porque coloca las ambiciones de la banda sobre un terreno calmo, a salvo de todas las máquinas polirrítmicas que se habían adueñado de The King of Limbs, su trabajo anterior.

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“Ful Stop” agrega dinamismo, entretiene y nos eleva a una suerte de fase REM que propicia una nueva disolución en “Glass Eyes“, una canción que abruma como el ocaso de un día de otoño. Triste, íntima como pocas, puede doler si nos agarra con las defensas bajas. Los arreglos orquestados de Jonny Greenwood crean el entorno adecuado para que la voz de Thom pueda elevarse sin perder la serenidad, generando así una atmósfera particular que a estas alturas hace que A Moon Shaped Pool adquiera una fuerza inusitada en la soledad de quien la escuche.

Si sobrevivimos a lo anterior, “Identikit” sube el tono, ahora sí, con una nueva amalgama de recursos polirrítmicos que conecta por la tangente con «Atoms for Peace». Las líneas de guitarra las más claras del disco crecen entre coros cruzados hasta dislocarse (con un sesgo que recuerda al Omar Rodriguez Lopez de Bosnian Rainbows), para luego derivar en la aplacada “The Numbers». El efecto se corrige inmediatamente en “Present Tense“ una canción que propicia un desanclaje necesario para encarar el último tramo del álbum. Colorida en su modo minimalista, se hamaca a un ritmo ligero que genera sensaciones más optimistas.

Para terminar, “Tinker Tailor Soldier Sailor Rich Man Poor Man Beggar Man Thief” corona el clima de cierre con un excelente arreglo de cuerdas y por si no habíamos llegado lo suficientemente sensibles, “True Love Waits» resulta una canción terriblemente conmovedora que cierra el círculo insinuado en “Daydreaming»: el principio como fin, el fin como principio, y el amor como condición y solución de continuidad. A Moon Shaped Pool se resume sincero en su nostalgia y en su capacidad de motivar imágenes personales (sobre todo para los que estamos de este lado, presos también de nuestras silenciosas batallas amorosas,quizas) lo cual le otorga un aura imperecedera que lo vuelve susceptible a múltiples interpretaciones. Es un álbum que te permite disfrutar del goce ambiguo de una derrota digna, digamos; el intento de tocar fondo para salir a flote de esa mala racha amorosa

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