«Tranquility Base Hotel & Casino»: sobre madurar sin perder genialidad en el proceso

Madurar está bien, dicen muchos. Aunque depende. Cuando se trata de los Arctic Monkeys, no siempre será más divertido ni tan desenfrenado como en la juventud. Pero, eso sí, como un buen vino, éstos se harán más sobrios, más exquisitos; aunque, quizás, no para todos. 16 años de carrera, y tal vez nunca antes había estado tan vigente el título de su primer LP, Whatever People Say I am, I am not: todo lo que creías que eran, pues, no lo son.

Tranquility Base Hotel & Casino es un disco que, al menos en portada y nombre, podría ser etiquetado entre la discografía de Wilco.  No es directo ni elocuente como sus primeros álbums; tampoco es contundente ni grueso como Humbug, ni simple y disfrutable como Suck it and See. Mucho menos bailable y lleno de Rb& b como AM. No. El sexto álbum de la banda inglesa explora otros canales musicales y otros decibeles que seguro lo colocarán, después del necesario análisis y la décima escucha, entre sus mejores tres (y entre lo mejor del año, definitivamente).

A la primera oída Tranquility Base Hotel & Casino suena a capricho de no querer que la banda muera, pero tampoco dejar que suene a lo que ya sabe. La notoria presencia de un (no común en ellos) piano, acompaña la intrincada composición lírica que opaca a las, otras veces potentísimas, batería y guitarra, dejando una sensación de que esto suena a todo menos a “I bet you look good on the dancefloor” o a “Brainstorm”. Aún así, pueden descubrirse algunos momentos que sobresalen dentro de lo parejo que suena el álbum, como el popurrí conformado por “One Point Perspective” + “American Sports”, (una combinación que discurre de la melodía soñadora al apocalipsis enigmático), la increíblemente irónica y la futura clásica “Four Out of Five” (lo más parecido a un sencillo de manufactura Monkeys) y la declarativa y melódica “Science Fiction”.

A la segunda escucha, y después de rascarle a todas las canciones,  aparecen, apenas, cada uno de los integrantes de la banda.  Oculto entre el aparente proyecto solista, está el bajeo más denso desde los tiempos de Josh Homme y Humbug, una batería sincopada entrando casi siempre a destiempo; coros siniestros en medio de las canciones que evocan voces del otro lado de la línea. Ahí, los Arctic Monkeys demuestran que son capaces de superar su máximo reto musical hasta el momento (como en su turno hizo  Radiohead en torno a Thom Yorke): el reto de reducirse, contenerse en todo momento y volverse sutiles, en detrimento de esas explosiones de antaño. Y lo hacen con categoría, demostrando cada uno de los miembros una técnica formidable para acompañar la voz y narrativa de Alex Turner, más juguetona que nunca.

Es ahí en la tercera, cuarta, o quinta escucha, después de desmenuzar el disco a través de entrevistas y de Genius, que se descubre el secreto del sexto álbum de la banda. Después de la falta de razones para las cinco estrellas por la forma, acudimos al fondo. Nunca antes los Arctic habían manejado su concepto con tanta maestría. Si bien cada uno de sus discos previos ya había mostrado la habilidad de cambiar su sonido, Tranquility Base Hotel & Casino es el salto más grande en su carrera; uno arriesgado, que sacrifica al disco lleno de sencillos en aras de una redondez conceptual, de una narrativa y, sobre todo, de una lucidez crítica.

El resultado es un disco trascendente, donde las letras desarrollan una trama que se desteje alrededor de las consecuencias de la fama (“Star Treatment”), la alienación de la tecnología por las redes sociales (“Batphone”), el merchandising, la obsolecencia, la soledad, el recuerdo y la melancolía. Alex Turner crea su propio alter ego estilo David Bowie y lo coloca, metafórica y literalmente, en el primer asentamiento humano en la luna, la Base Tranquilidad, donde reflexiona sobre la humanidad misma, contemplada en el espejo del mundo. Además, el disco está rodeado de referencias culturales que van desde Stanley Kubrick, Mark Zuckerberg, hasta Charles Bukowski; desde The Strokes (cuya referencia abre el disco en la primera línea ), al gran Leonard Cohen (q.e.p.d.) del cual Alex ha aprendido demasiado.

En Tranquility Base Hotel & Casino,  el brinco ha sido dado y el tiempo no puede regresarse. Como toda gran banda, los Arctic Monkeys aceptan que decir adiós es crecer. Sin embargo, no se despiden de su esencia ni de sus ganas de hacer música de calidad, solo de algunas formas que ya no corresponden con su andar y su forma de ver el mundo, idea que queda plasmada en esa última línea que cierra un disco redondo, impecable:

«ha hecho cosas que no debía, pero no ha dejado de amarte ni por un solo segundo», ni al crecer, ni al madurar.

 

 

 

 

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