Yo sí chingo a mi madre

Las historias de vida son tan numerosas como la arena en el mar. La mía —o más bien la nuestra— no es ni mejor ni peor, sólo es eso: la mía. La nuestra. 18 horas de parto. Un cordón umbilical que optó por dejar de ser fuente de vida para pasar a ser guadaña. Un SEÑOR (sí, así, con puras mayúsculas) que firmó una responsiva médica (o como se llame; y que no sé bien qué opción seleccionó, pero yo estoy seguro, y deseo, que fuera la de salvar a la SEÑORA, también con mayúsculas, que ahí se debatía entre conservar la vida y traer la vida). Y luego, pues ni modo; salir yo a la mencionada, y de la mencionada. Ser, entonces, como lo que sigo siendo, ahora; un tumor que se saca con cirugía. Un tumor al que no se le extirpó, sino al que inmerecidamente se le sigue amando de manera incondicional hasta el día de hoy.

Porque eso somos, lectora-lector-queridos. Tumores malignos, parásitos que chupamos la energía vital y la fuerza de una persona cuyo único pecado fue pensar que fue una buena idea dar el tercer paso de ese mantra —científico y no—, que reza: Naces, Creces, Te reporduces y Mueres. Mi Señora Madre me sigue recriminando haberle dicho a los 12 años que ella me concibió a mí, pero no por mí, sino exclusivamente porque ella quería ser madre. Y yo me sigo recriminando haberlo dicho, aunque lo siga pensando. Porque de haber sabido, mejor ni nazco, pero desafortunadamente de haberlo sabido ella, a diferencia mía, claro que se hubiera aventado el tiro. Como venga, como fuera. Porque mis enemigos no dan un peso por mí, y mis desconocidos menos, porque todos ellos dicen que valgo madre, y sí, valgo madre: la mía. Porque por eso algo valgo. Porque así son esas madres.

Tampoco es aventar enaltecimientos arbitrarios. Tampoco es postrarse de manera inconsciente. Ni que fuera la Virgen de NoSéQué. ¿Errores? Hartos. Porque son humanas pero todos sus errores son producto de la inconsciencia de un amor que rebasa toda frontera, toda lógica, e incluso toda justicia. Sobre todo en México, donde somos estos pendejos, estos mediocres, estos robaoxígenos; pero también estos orgullos, estas sonrisas, estos éseesmi’jo.

Pongamos por ejemplo a los delincuentes, pero de ser posible, no a los que roban por necesitados —o por inútiles—, sino a los esos de cuello blanco, pero de consciencia negra. A esos políticos de mierda a cuya madre el día de hoy no felicitamos, pero sí que les recordamos, y que seguro ellas están ahí, retorciéndose los dedos a ver si la libran, a ver si salen, a ver si vuelven al regazo materno, de donde nunca debimos debieron haber salido. Porque por eso hacen un desmadre, sí, porque así como el desacato es la falta de acato. Un desmadre es la falta de madre y por eso vamos de la chingada, porque nos guían los políticos —mas no personas— que no tienen madre, y que precisamente eso es lo que les falta. Tantita madre, porque si la tuvieran, otro gallo nos cantaría.

Y sí, ya sé que no todas las madres se merecen el término, que muchas ni lo son, pero es lo mismo que muchos que trabajamos de arquitectos y no lo somos. O de intelectuales. O de gobernantes. Y por otro lado ya sé que acá, que el 10 de mayo es seguirle el juego a las corporaciones, que deberíamos de ser más hijos todos los días del año, pero pues ahí sí ni modo. A veces, durante todo el año somos unos hijos de la chingada, y no de nuestra madre, y entonces necesitamos que nos (la) recuerden. Que la tenemos aunque sea nomás para sonreírle e irla a ver aunque sea un día al año. El día en que madresólohayuna, aunque haya muchas.

Y a veces es mejor recordar qué tan bien nos iba cuando era ella las que nos jalaban las riendas, porque por lo menos a mí, me empezó a ir mal no bien empecé a tomar mis propias decisiones, mis propios desmadres, y quizás hasta por eso fumo. No por esas regresiones freudianas al seno materno, sino porque siempre quiero ir a fumarme un cigarrito con mi mami nomás para chilletearle mis insulsos e ínfimos problemas, porque ella siempre puede resolverlos. Así no sepa ella de ingenierías. Así no sepa yo de vida.

Y es que la física cuántica, la teoría de cuerdas, la filosofía trascendental, la metafísica, la ontología o la teología se podría comparar a un “porque soy tu madre, y punto”. Porque nadie de nosotros es suficientemente cabrón para decir que llegó de la nada. Digo, hasta al Jesús aquel lo parío una madre. Y aún así, unos imbéciles por ahí andan diciendo que la canción de “Señora Señora”, «Mamá» o la de “Amor Eterno” son motivos de burla, cuando por más verga que se sientan, ni Nietzsche, ni Schopenhauer, ni el Papa Francisco y ni el ese imbécil del Maluma han dicho tantas verdades. O, ¿qué? ¿No ‘nos dieron su vida su amor y su espacio’? ¿’No cargaron en su vientre dolor y cansancio’? ¿No somos —a veces ni tan— ‘tiernos  ladrones’? Y por otro lado, ¿no ‘les dedicamos nuestro ser y nuestras victorias’? ¿No ‘quisiéramos que sus ojitos jamás se cerraran para estar mirándonos’? ¿No? Bueno, si la respuesta es no, quizá sí deberían hacer carrera en la política. O bien, si les parece choteado, entonces, en el reggaeton, que ahí tienen también un lugar los que ni madre tienen.

Es por eso que el peor insulto en la vida —mexa, por lo menos— es un “chinga a tu madre”. Y ojalá el día de hoy nadie me mande a chingar a mi madre, porque yo, por lo menos hoy, trataré de no hacerlo. Y es que llevo 34 años chingándola y, paradójicamente, es la única persona que nunca me ha chingado a mí. Y por eso me alegro de que soy una persona consciente, una que vio El Rey León, y que lee por lo menos las publicaciones científicas y las estadísticas del muy vapuleado INEGI, y que por ende sabe que el ciclo de la vida es ineludible, y que nada, pero nada es para siempre. Por ende lo entiendo bien: no me queda mucho tiempo de tener mamá. Nomás unos escasos 450 años. Eso mismo les deseo a todos ustedes, lectoras-lectores-queridos.

P.D: Dedico especialmente estas estúpidas letras a los que, sin ser políticos, no tienen madre, pero más aún a las madres que tampoco tienen a sus hijos consigo

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