La Castañeda: el delirio de Lucrecia… y el nuestro

No debe haber sido casual la elección del venue: el ambiente olía a circo, a magia, a teatralidad cruda no bien se acercaba uno. No era solo mi personal nostalgia por el notable olvido de Circo Atayde, sino la certeza de que sólo pocas bandas pueden presumir de su perfecta sincronía entre música y espectáculo.

Luego de una espera que comenzó a sentirse larga, se confirma que valdría la pena cuando se aparece un Salvador “Chava” Moreno ataviado con una logradísima mezcla de maestro de ceremonias circense y una reminiscencia a lo anunciado. Su versión de Alicia en el País de las Maravillas, y pues quién sería si no el sombrerero loco abriendo con «Amantes de lo Insólito», acompañado por una Lucrecia saludando con su locura, a la nuestra. 

Para abrir un show con potencia, debe uno tener canciones que también lo sean, y se comprobó cuando tocaron «La cabeza», donde miles de ellas se movieron a ritmos frenéticos con una increíble caracterización de la Reina Roja observando desde el escenario.

27 años, ni se dice fácil, y mucho menos lo es. ¿Cuál podría ser el secreto? Bueno, de inicio podría ser tener canciones que nos toquen profundo a varios, y es que ¿quién no le teme a «La última Noche»? ¿Quién no tiene una «Norma con fiebre»? ¿Una «Lucrecia»?

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Y es que entre más pasaban canciones más locura se sentía. El histrionismo y liderazgo de Chava es magistral, y se percibe en una gente que no necesita de llenar un estadio, si les llena su aniversario con una fidelidad como pocas. Unos «Gitanos Dementes», si bien ya medio ancianos como yo, pero todavía sacando un breve slam como decía desde el escenario: “Todos saltando sin razón”. Quizá algunos es justo lo que necesitamos, «Una dosis más» para lidiar con esta «Ciudad Sicótica».

Avanzaba la noche pero no decaía, y menos cuando invitan al escenario al grandísimo Patricio Iglesias de Santa Sabina para tocar «Sueños», una canción que como la siguiente «Tóxico mágico», comprueban el filo de su pluma, pero más la sorpresa de escuchar «Me fui», que tocan poco en vivo, seguida de «La carta» que erizó las pieles de por sí ya erizadas.

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Lo que es una lástima, y lo hemos comentado antes, es que el venue es lindo, pero el sonido es bastante cuestionable ya que toda palabra proferida es difícil de discernir, como cuando presentó a Misa de Panteón Rococó para tocar «El pescado» junto a, en efecto, un pescado caracterizado dando piruetas. Y es aún más lástima, y lastima, que en pleno 2016 sigue habiendo pendejos que aprovechen la cercanía y la confianza de un artista en el escenario para lanzarle cerveza, aunque es más rescatable que Chava ni se inmutó, se le cayó el sombrero, lo recogió y siguió cantando. Cantó «La espina» para sacarse la espina, y para demostrar que no hay envidia alguna entre dos grandes saxofonistas que tocaron a la par de chingón.

En un concierto que a este punto ya era más bien un carnaval, dio unas palabras que otra vez no se entendieron, para presentar a su hijo, ataviado también de maestro de ceremonias, y ostentando una juventud que mágicamente se veía equiparable a la de su padre Chava para cantar «Loco» a los locos que seguíamos ahí.

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Gentilmente, y afortunadamente audible, Chava dio un agradecimiento al sonido, y a los medios para pasar a, según sus propias palabras, «otra joya, otra gema para coronar la noche», que consistía en la participación de Johnny Indovina con «Cayendo«, y del cual yo esperaba más, digo; por lo menos que se aprendiera la canción y no estuviera sólo deambulando errático, pero bueno, como ícono que es, enfebreció como debía.

En una de esas, la verdadera joya fue la participación del Sax de Maldita Vecindad, para tocar, ya saben, la clásica; la que ya han tocado antes ellos, y la que se toca siempre en bares de mala o buena muerte, «Noches de tu piel», pero que tuvo un tinte nuevo. Poderoso. Mágico.

Salvador Moreno y El Sax, La Castañeda
Salvador Moreno y El Sax, La Castañeda ARCHIVO

Al llegar las “del hueso” uno desea que, del amplísimo repertorio de La Castañeda se aprendieran unas más, pero también uno desea que no termine todavía; aunque se intuye, y mucho más cuando se habla de esa linda reminiscencia a Mario Benedetti, con las maestras miopes, en el «Cenit» de la noche. Necios ellos de seguir en el rock, necios nosotros que insistimos en acompañarla con encendedores, pero sobre todo, con la voz y con el corazón.

Se apagan las luces. Agradecen. Hacemos juntos este juego tierno e inocente de saber que falta una infaltable, que sabemos que ya sigue pero de todos modos te quedas y la pides. Esa que cuando yo me dedicaba al cover, algunos más borrachos que yo me pedían como “Confusión de La Castañuela”. Me daba risa a mí, y seguro a La Castañeda les daría también tener ya motes en una canción que podría denominar perfecta lírica y musicalmente hablando, y que es parte del arquetipo mental del mexicano rockero. Huelga decir que el arreglo que ocupan para cerrar es inmejorable, como inmejorable fue este «Delirio de Lucrecia», que también fue nuestro, estos 27 años que hemos recorrido juntos, y que esperamos continúen un ratito más

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