Noches Inquebrantables Vol. I: Gabriel Balderas Quartet en el Zinco Jazz Club

Fotos: Diego Vive

¿Te has preguntado alguna vez cómo acabaste en un lugar tan exclusivo y fantástico que hasta parece de otro mundo y otra época? Yo sí. De repente, un viernes por la noche; después de una semana dura, caótica, uno termina en el Zinco Jazz. Con una sensación importante en ese excéntrico, casi subterráneo lugar que asemeja a un sueño bohemio, neoyorquino, al que acuden artistas y empresarios por igual.

Hay algo que seduce en este sitio ubicado en el sótano de un viejo banco del Centro Histórico de la Ciudad de México. Bajo nuestra ciudad se erige una micro-ciudad de jazz, locura y movimiento. Quizás por sus acabados rojos, su luz tenue, las mesas dispuestas frente al pequeño escenario, sus quesos, vinos, cócteles y gente exquisita. ¡Ah! Y, por supuesto, el Bourbon. Quizás por el piano de cola dispuesto frente a las mesas. Quizás porque aquí,  a diferencia de en muchos otros lugares de la Ciudad en general, la gente (en su gran mayoría), viene para escuchar y no a ser escuchada. Viene más a ver que a ser vista. Quizá porque el Zinco Jazz Club tiene la condición fantástica de transportarte a otro tiempo donde la gente se moría por el jazz, ese que dominaba los circuitos de música y que, tanto pobres como ricos, peleaban por escuchar. Un panorama idóneo a decir verdad.

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La realidad es que no sé si exista otro lugar en la infinita CDMX por donde hayan pasado los mejores exponentes del género, nacional y extranjero. Un jazz como el de Gabriel Balderas, saxofonista proveniente de Ciudad Juárez que, acompañado de tres músicos impecables da una excepcional ejecución musical, que no se parece en nada a ese soft jazz mezclado con bossa nova de los elevadores y restaurantes elegantes de Polanco o al de los lobbys de hotel.

Sí, un jazz impecable que va creciendo y bajando; que es smooth y es intenso, que pasa por tantos niveles y dimensiones como son posibles. Que, como diría el encargado de esta sección especializada en jazz, Martín Vargas, debe sentirse y no pensarse. Un jazz, pues, sensible e íntimo como el que presenta Gabriel con canciones dedicadas a personas cercanas, como su madre, su papá o su esposa.

Ahí, en medio, más que un concierto o un espectáculo, hay una ejecución. Un duelo de improvisaciones entre un baterista intenso, un pianista sobrio y un contabajista imponente, con un Gabriel Balderas al centro que deja a los músicos desenvolverse y desarrollar sus contrastantes personalidades para crear, en el conjunto, algo único que suena a puro deseo, que posee reminiscencias; que por momentos recuerda un filme en blanco negro.

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Fue una noche inquebrantable, donde uno termina olvidándose por completo de lo terrible que es el mundo, de las crisis existenciales. Y surge una pregunta: por qué coños —sin tener idea del funcionamiento de las cosas, por ejemplo; cómo degustar un delicioso queso de cabra— el autor de este escrito acabó escribiendo en la barra entre carajillos y martinis; en un lugar como este. El único e inigualable Zinco Jazz  Club.

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