Fotos: Ale Servín
Tequila en mano, voy a tratar de esbozar cómo, tequila en mano, presencié cuando ese cabrón maravilloso del Armando Palomas salió al escenario del Lunario del Auditorio Nacional el pasado 1 de marzo, en su concierto número 1700, a declarar –también tequila en mano–: «Este pinche panzón de mierda se dio el lujo de hacer una fiesta». Porque no fue sólo un concierto, sino eso, una fiesta, una celebración, un chingado aquelarre, vaya que sí.
Lunario y oídos se cimbraron al mismo tiempo cuando, impecablemente puntual, una banda también impecable saludaba después de un prefacio de lo que se avecinaba, con «Bolero Pelón», porque era una especie de prólogo: «cantaré mis canciones sólo para mis amigos borrachos viejos panzones (…); Seré un borracho feliz». Lo es él, lo somos casi todos nosotros, así es que la mesa estaba más que puesta. Se siguió con una pregunta hecha canción, que todos le hemos también hecho a alguien: «¿Para qué pedías amor si ya teníamos los besos?», además, demostrando que no sólo puede tocarlas en rock, sino también salpicarlas de ska, y como siempre, guiños, como el que hizo a «La Flaca» de Jarabe de Palo, al incluirla en «Flaca don’t go, y ya que andaba en el ska, fue turno de llamar a los primeros invitados de la noche, Chino, de Los Victorios, y Muñeco de Nana Pancha, a tocar una versión skatera de «El corazón no se arruga», y que bien les quedaba cantarla a los dos, que tendrán quizá la piel algo, poquito, poquititito arrugada, pero el corazón jamás.
La fiesta seguía, y como no hay fiesta sin amigos, y los amigos no son sino pares a los que uno quiere y admira durante el camino recorrido, así llegó el turno a Piro, de Ritmo Peligroso, con unas maracas, con una sonrisa, y con una tremenda erección que el público femenino notó de inmediato, y de quien tocaron un pedazo (de la canción) «Contaminando» intercalado en «Señor gallero», en una deliciosa fusión de chachachá, pieza fundamental de la música mexicana –el género y la canción–.
Para ese momento, estábamos todos ya tan metidos en la fiestota, que lo más adecuado era cantar fuerte «a la chingada el porvenir», que me hizo recordar a mi amado Veracruz, máxime cuando no solo lo menciona la letra de «Ni winner ni loser», sino también otro de sus guiños, ahora a «La Bamba».
Fiesta dijo él, fiesta teníamos, y no puede haber ninguna fiesta mexicana que se precie de serlo, si no se baila «Payaso de Rodeo», y más si sale el mismísimo Lalo de Caballo Dorado, con todo y violín para tocarla. Y no, lectoralectorquerido, ni te vayas, que bien que la has bailado, no te hagas.
Obvio, a esta edad, después de bailar «la rápida», se necesita un descansito, pero se convierte en remanso, en paz, en conecte y en barbita temblorosa, si te ofrece el Palomas la canción que escribió para su hijo Emiliano: «Apocalíptica canción de amor» ambientada con fotos de las personalidades que menciona en la canción, como Rita Guerrero, Joaquín Sabina, Rockdrigo, cuya esencia se sentía en el recinto, o Jaime López y José Cruz, que por ahí estaban anunciados.
Tequila ya no en mano sino directo de la botella es como les escribo para contarles cómo el Palomas, para ese momento, tequila ya no en mano sino directo de la botella, demostraba por qué, un enardecido, feliz público le gritaba: «Te amamos, pinche panzón». «A huevo, pinche borracho». «Eres un chingón, Palomas».
«Crónica de una serenata equivocada», «Manual para conquistar a Claudia», «Nombril de la Mort», «Hasta el fondo del zaguán», «Besar tus ojos», «Marlon Brandon ya murio», se fueron sucediendo, fluyendo, como si estuvieran lubricadas igualito que las experiencias lúbricas que ha vivido, y que acá nos contaba en forma de canciones.
Pero sucede que este gordo maravilloso también ha hablado de situaciones reales, también es un cronista urbano, que le dicen, como cuando escribió «Cholo story», y que cantó al lado de otro grande de la crónica urbana, de a pie, con mugre en los zapatos y en el corazón, pero con lo entrañable de haberlo vivido, como lo es Rafael Catana.
Seguía la fiesta, y a toda fiesta ínclita acaban llegando invitados igual de ínclitos, y por ende, llegó entonces Frino –nada más Premio Nacional de las Artes– con su banda de blues, La Mula de Sietes, a hacer esa magia que con su pluma y su voz logra, porque si bien es algo atípico en un concierto promedio, este no lo era, y ninguno quedó ajeno cuando versó décimas espinelas escritas exclusivamente para el concierto, y por supuesto, dedicadas al Palomas, para tocar después «Signos vitales».
El ánimo, la celebración subía, los amigos seguían llegando, y fue el turno de Salvador, de La Castañeda, y si eso no fuera suficiente crossover, o para no sonar mamón, suficiente combinación, ¡vaya genialidad cuando hicieron una suerte de mezcla de «Ya no hay más que decir», con la que también dice «ya no hay más», pero de la Casta, y si por separado eran himnos, juntas y mezcladas se volvió completamente inefable. Lo bueno, y haciendo un parote a quienes no fueron, es que Palomas quedó muy formal en que todo se estaba grabando para lanzar un disco que recoja lo que se estaba viviendo, y que aún no terminaba.
Y es que, por lo menos desde mi lugarcito en la mera barandilla, o como le decimos los nacos: merohastaadelante, compartiendo con la hermosa familia de Miguel Korsa, uno de los dos también hermosos guitarristas que acompañaron, consta completamente que cuando el Palomas insinuó que si estaban más chidos los invitados, todos contestamos que nel, que ni madres. Eso sí, todavía faltaban algunos como para decirlo comprobando.
Porque entonces salió en en esta fiesta icónica, el icónico Rubén Albarrán a cantar «Un danzon para el Sansón», y mientras bailaban juntos, se comprobaba que la grandeza no tiene tanto que ver con la fama, o con los discos vendidos, porque los grandes, cuando lo son, miden lo mismo al pararse juntos, o bien, aunque ni siquiera se tengan que parar, porque cuando llegó el turno al maestro José Cruz del Real de Catorce (y me tomo otro trago a su salud), sentado en su silla de ruedas, se veía como el gigante que es, o como cuando el Maestro Jaime López bailaba y cantaba «Riachuelos mentales».
La fiesta no menguaba, pero el ingrato tiempo, sí, aunque todavía faltaba cantar: «chingue a su madre la que no me supo amar», que si bien es una consigna cuasiuniversal, ¿cuántos tienen los huevos de olvidar el romanticismo y el falso pudor como para cantarlo así de crudo, pero así de honesto como él? de igual modo que, ¿cuántos tienen el valor de encarar y callar al clásico graciosito castroso que no hace más que estar jodiendo amparado en el anonimato del público? ¿Cuántos tienen los huevos de hacer su fiesta cuando al lado están haciendo la suya los Decadentes? O bien, aventar agüita que ya pagó la producción, al público, muchos, pero, ¿cuántos te convidan del tequila que él se estaba tomando? Es más, la clásica, pero por ello, matadora: ¿cuántos te invitan a su after cuando apenas está empezando el concierto? Pues sí, nada más el pinche borracho, el pinche loco, el gordo cabrón, el chingón, el único Armando Palomas.
Todavía faltaba tocar «Gatos, perros y este asqueroso blues», para todos los gatos y perros a quienes nos compartió su asqueroso blues, que es maravilloso.
El cierre no podía ser menos espectacular, y qué mejor que hacerlo con todos los invitados al mismo tiempo, cantando juntos esa maravillosa aliteración llamada «Chilanga banda», que no, dejen de mamar, porque aunque estaba ahí Rubén Albarrán, y la cantó, no es del Café, sino de Jaime López que, paradójicamente, pero también en una suerte de justicia poética, también estaba ahí, es decir, todos unidos como en una especie de orgasmo onírico del rock, del blues, de la mugre, del alcohol, pero sobre todo, de un cabrón que hasta el día de hoy hace lo que le da la chingada gana y es feliz haciéndolo.
Y no, no es que se festeje el ser borrachos, o el hacer lo que uno quiera, ni estar pinche loco, ni decir lo que uno piensa, ni tener amigos chingones que reconozcan lo que haces, ni hacer canciones honestas para gente de a pie, pero se festeja cuando eres todo eso, y más, y sigues teniendo ganas de seguirlo siendo.
1700 gracias, pinche Palomas. Y por favor apúrate a sacar el disco de lo que pasó esa noche, que un chingo ya tenemos el tequila listo para revivirla.