Anacrónica. Así es Alex Lahey, una cantante que repite las típicas fórmulas de antaño, cuando el pop copulaba a sus anchas con el rock. Si la flecha del yolo, la filosofía del instante apunta hacia adelante, ella nos transporta al pasado. Su actitud es el de una rock-popera tradicional de guitarras distorsionadas y letrillas pegajosas. Ella es una chica sin nada que perder más que la invitación a la mesa de la moda y la tendencia.
En, The Best of luck club, su segundo material de estudio, refleja una falta de tacto muchas veces necesaria para desbaratar lo “cool”, lo de “onda”. Un disco que encuentra su maldita etiqueta en los productos caducos. En general el disco sigue la receta del pop-rock de tres y cuatro minutos, con coros, puentes, versos, entradas, estribillos. Todo está en su lugar. El álbum oscila entre dos lados que Alex Lahey tiene muy claros: su pasión por el rock de guitarras, baterias y canciones coreables, y una fibra sensible, íntima, que tiene mucho que decir.
El arranque es un trancazo a la nostalgia. “I don’t get invited to parties anymore”, “Am I doing it right”, “Interior Demeanour” son canciones que suenan más al lado fresón de Paramore o Warpaint que al más meloso de The Pretty Reckles o Wolf Alice. “Misery guts” me trae automáticamente a Courtney Barnett (y cómo me gusta el primer disco de Barnett). “Don´t be so hard on yourself” es uno de los momentos altos del disco, con un solo de sax que evoca otros caminos (no menos anacrónicos) como el de un rock bluesero.
Ver esta publicación en InstagramDeep jazz face. Australian tour starts next week! BYO saxophone and sweat it out with me
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En el otro lado aparecen “Unspoken History” (más cercana a Avril Lavigne que a Angel Olsen) y la prescindible “Isabella”. En medio, una seguidilla de canciones que me parecen de lo más aceptable, porque logran equilibrar el sonido. “I need to move on”, “Black RMs”, y “I want to live with you”, apelan a coros melancólicos simples pero llenos de fuerza. Capaces de pegarse en tu cabeza por un buen rato.
Podríamos decir que el disco no avanza en nada, ni ofrece algo original. De acuerdo. Pero, vamos, ella misma lo dice: no seamos tan duros. Al menos sabe lo que le gusta escuchar y eso es lo que ella hace. No experimenta, no juega. Va al grano. Al final, ese el chiste: encontrar la manera de decir lo que piensas sintiéndote cómoda. Es probable que ella sea de las que siempre quieren poner a Heart, a Joan Jett o a Pat Benatar. ¡A todas horas! Por eso, como dice su primera canción, es que no la invitan a las fiestas.