Una noche de impacto con IDLES en el Pepsi Center

fotos: tomhaaam (@tomhaaam)

Viernes 4, día de ver a Idles en el Pepsi Center WTC. La frase en sí ya resulta una paradoja. Que una banda que reniega de los símbolos modernos, que critica las bases y los sustentos de su cultura, y que en pleno show se mofa de los íconos pop de la industria (como cuando gritó en tono de burla «I came in like a wrecking ball», o cuando covereo «All I Want for Christmas Is You» de Mariah Carey) se presente en un lugar cuyo nombre es una marca de refresco demuestra lo complejo de estos tiempos. ¿Pero que se podía hacer? Ya había quedado claro en el 2022 que el Pabellón Oeste del Palacio de los Deportes les quedaba pequeño.

Antes de escuchar a Idles, tuvo la oportunidad de abrir Angélica García, una californiana que puso de manifiesto eso de que el rock hecho por morras está más vigente que nunca. Al punto de las nueve, los ánimos ya estaban a tope. Aunque a mi alrededor había mucho espacio, era cuestión de tiempo para comprobar que, en un concierto de impacto como este, todo sería movimiento y reacomodo; que, en un show de la banda formada en Bristol, es difícil hablar de comodidad o de «lugares fijos». Quizás, sólo para los de arriba, para los que pagan su boletito sentados, o para los de atrás y las esquinas, lejos de los centros de gravedad del moshpit. Aunque ello implique el riesgo de no exprimir lo que significa la experiencia de ver a Idles en vivo.

Apenas salió la banda británica-irlandesa a las 9:15 con «Idea 01» (la canción que abre su más reciente trabajo, Tangk) empezaron a pasar los churros de marihuana, a volar los primeros vasos de cerveza, y a advertir, con empujones por todos lados, que este no sería un concierto típico. Joe Talbot y compañía sacaron de inmediato «Collosus», para soltar, de una, el ánimo contenido. De inmediato se armaron varios moshpits, y, a mi alrededor, cientos de voces, gritaban:

Forgive me father, I have sinned
I’ve drained my body full of pins
I’ve danced ‘til dawn with splintered shins
Full of pins, full of pins
Goes and it goes and it goes

Hacía mucho que no temía por la integridad de mi celular (que decidí mejor no sacar para toma de vídeos), de mi gorra y de mis lentes (que pude agarrar milagrosamente en el aire después de un empellón a mis espaldas). Los amigos que había hecho previo al inicio del show habían desaparecido entre la masa. Los músicos incluso hicieron una pausa en medio de la canción para organizar de un lado a los que buscan el desenfreno, y en las orillas a los que buscan estar más a salvo. Y entonces sí, se desató toda la euforia en uno de esos momentos que puedes contar con orgullo: sobreviví a «Collosus» en un concierto de Idles.

Todo lo que se ha escuchado de Idles es real. De inactivos, nada. De holgazanes tampoco. El sello de Talbot, Adam Devonshire, Mark Bowen, Jon Beavis y Lee Kiernan es tocar su música de alto impacto, canción tras canción, por dos horas. Y hacerlo, además, con toda la energía del rock más desenfrenado, del punk más visceral, del grunge más espeso. Sin visuales, sin parafernalia, sin espectacularidad. Todo esto genera cuerpos empapados en sudor y cerveza, el suelo resbaloso, una persona sin playera con la máscara de un luchador volando por los aires. Si bien, el objetivo era presentar el disco de la gira, no dejaron de lado sus otros trabajos, el Crawler, el Ultramono (el más ignorado), y sobre todo el Brutalism, y el Joy as an act of resistance, uno de los mejores álbumes de este siglo.

Cada vez que tomaban el micrófono para hablar era para incendiar, para confrontar, para alzar la voz (Viva Palestina¡). Joe Talbot aprovechó la oportunidad para honrar a los migrantes, para agradecer al público, y para repetir varias veces un Fuck the king!, que no se siente un lugar común como el «God save the queen» de los Sex Pistols. El único cliché repetido de la noche fue cuando confirmó que en México is the best audience of the planet (está la mejor audiencia del planeta). Una audiencia de impacto para una banda de impacto.