Lo escribo de una vez: American Dream (2017) es una joya, quizás de los mejores discos de un año que destaca precisamente por grandes materiales discográficos. Aunque solo el tiempo pondrá al cuarto álbum de la banda en su lugar, es precisamente el tiempo el que ha concedido a LCD Soundystem la doble etiqueta de ser la mejor, y la más sobrevalorada banda del mundo.
Aunque el súbito regreso, tras seis años de anunciar su separación en el épico concierto realizado en el Madison Square Garden (documentado en el icónico álbum The Long Goodbye), parecía más una necedad por permanecer en los espectaculares de NY, que de una necesidad musical, el caso de American Dream es distinto. Al escuchar las diez rolas que componen el álbum, es imposible no pensar que James Murphy y “su banda” lo han vuelto a hacer.
Luego de haber conquistado la crítica, de generar una base numerosa y fiel de seguidores y haber subido a los mejores escenarios, el sueño de James Murphy y su alter ego, parece haber llegado a su culminación. Por eso, American Dream suena más a un pináculo que a un comienzo, más a un regreso glorioso que a un renacimiento incierto. Si no hay caminos inexplorados, ni senderos desconocidos, es porque no los necesita. Por el contrario, continua con la constelación de sus anteriores trabajos sin sonar a recopilación. Canciones largas de diez minutos, sintetizadores atascados, las guitarras distorsionadas de Al Doyle, los ritmos constantes y encapuslados (Pat Mahoney), voces que parecen salir de computadores; los mismos excesos de siempre, los mismo atasques, la misma intensidad que es capaz de contagiar energía al más viejo vinagre.
Tal como el mismo sueño americano, bipolar y aparente, el álbum es una absoluta contradicción. “Oh sugar, give into me, you’re just having a bad dream, of ringing alarms”. La emotiva “Oh Baby”, que abre el disco de manera soñadora, espaciosa y reconfortante, es en realidad una rola de ruptura, que pasa inmediatamente a una densa e inalcanzable “Other Voices”, donde la voz de Nancy Whang advierte que el sueño es solo recuerdo, memoria pura, cadáver. “Push back the Wall, push back the calendar, we’ve got, we’ve got friends who are calling us home.” Hay, así, una añoranza por los ochentas (y su post punk, su synth pop, sus Talking Heads, y su Joy Division) que, a su vez, rememora los setentas (y su música bola disco, su danza-tecno y la vandguardia de Kraftwerk).
La agrupación británica está consciente de su pasado, por eso el disco sirve como tributo, no solo a sus influencias, sino a su propio sonido. Esa nostalgia aparece una y otra vez en canciones como “I used to” y “How do you sleep?» una poderosa rola que recuerda a la versión más alienada de Roger Waters, con esa voz que exclama “one step forward, and six steps back”. Pero, aunque la nostalgia empapa todo el álbum, es tal su intensidad y fuerza, que te obliga a avanzar; a sumarte a las progresiones. A soportar estoico las ganas de bailar, o ceder al movimiento. Nada mejor para ello que “Call The Police”, un nuevo himno que se suma a “All of My Friends” o “Dance Yrself Clean” y que es, en sí misma, una oda más al presente eterno de la fiesta, la amistad y la noche eléctrica.
American Dream es también, escrito sea de paso, un retrato espeso de dicho camino onírico que, más que sobre baldosas amarillas, parece construido sobre mucha soledad, añoranza y autodestrucción. Por eso, aunque los setenta minutos sirvan como homenaje a otros sueños realizados, como el de Leonard Cohen, Lou Reed y el amigo-héroe-ídolo de Murphy, David Bowie, también presenta una crítica oscura, eufórica y tensa a ese culto a la imagen, la fama, la popularidad máxima: elementos claves del sueño americano. Con trazos largos y oscuros, y una letra lúgubre que evoca a lo más intenso de New Order, “Tonite” es clave para entender la fijación del disco. “Everybody’s singing the same song/ It goes tonight, tonight, tonight, tonight, tonight, tonight/ I never realized these artists thought so much about dying.”
American Dream condensa el sonido de LCD Soundystem. Es la culminación del sueño de la estrella de rock que todos creían extinta, y que se alza una vez más sobre el firmamento de Nueva York. Y aunque ese brillo ya lo conocemos, sigue iluminando; sigue quemando como una bola de disco ácida, intensa y permanente.