Imagen por: Roberto López
No es sorpresa de nadie que el Gobierno del Distrito Federal en su actual administración haya intentado tener más cercanía con la población y, quizá sin esa intención, bajo el implemento del lenguaje los jóvenes. No me refiero a que hayan optado por decir ‘chido’ o cosas por el estilo, sino a cambiar el nombre del Distrito Federal por Ciudad de México, y todavía abreviarlo como CDMX; optar por una iconografía minimalista para la mayoría de los anuncios oficiales y procurar (mas no lograr) la apropiación de espacios para el uso público.
Pero quizá la estrategia más visible sea la relacionada con la cultura: el cambio de sede para la Feria de las Culturas Amigas, los improvisados recintos rescatados como el Bajo Circuito, la ampliación del programa de los Faros (Oriente, Indios Verdes, Tláhuac, Milpa Alta y ahora Aragón) y sobre todo, los conciertos ‘gratuitos’ en el Zócalo (póngase énfasis en las comillas). Todos hemos asistido por lo menos a uno, total, se gastan diez pesos, mínimo, en el pasaje y el ambiente no es nada distinto del que vivimos todos los días en el metro, sólo que sin techo ni vagoneros. ¿Por qué no?
Recientemente vivimos una edición más de la Semana de las Juventudes, celebrado en el foro al aire libre y estacionamiento presidencial preferido por todos: la Plaza de la Constitución, a.k.a Zócalo Capitalino con sede alterna en la oficina de titulación más popular de todas: la Plaza de Santo Domingo. Con un total de 62 bandas en ambos escenarios durante tres días con requerimientos técnicos, el operativo de seguridad y alguno que otro requisito queda preguntarse, ¿quién pagó por todo eso? La respuesta es simple: tú.
Aunque no seas contribuyente, es decir, que no pagues al fisco, de tu bolsillo corre el impuesto al valor agregado: el omnipresente IVA. El actual secretario de cultura, Eduardo Vázquez Marín, a finales del año pasado había exigido a diputados una reestructuración al presupuesto asignado a la Secretaría de Cultura, ya que este se repartía entre las 16 delegaciones y demás instituciones, lo que impedía formar una ‘vida cultural’ para los capitalinos. Y aunque hasta la fecha no se sabe si esto se logró, ya se había asegurado el magno evento que no fue: el concierto que ofrecería Juan Gabriel en noviembre de este año.
Pero volvamos al punto principal: ¿los conciertos gratuitos lo son? En términos estrictos no, la pregunta válida sería ¿qué tan gratis son los conciertos gratuitos? Todo depende de a quién nos refiramos. Por ejemplo, en un evento como la mencionada Semana de las Juventudes, hay más que ganar, pues por lo general son grupos que apenas aparecen en la escena musical (y NO hablo de calidad musical), o que no suelen dar un show en grandes venues como El Auditorio. Qué se compara el estar incómodo pero escuchando a bandas que cobran alrededor de 250 a 300 pesos.
En el caso de las grandes presentaciones es donde hay problema. Para empezar es difícil que el Zócalo tenga la capacidad necesaria; una cosa es la comodidad y otra el espacio vital. En términos económicos, también resulta una victoria pírrica, pues el costo de presentación suele sobrepasar el millón. De dólares, claro está. Como en el caso de Justin Bieber, quien suele cobrar entre 1.000.000 y 3.000.000 y cuya voz llegó hasta el Zócalo en 2012.
¿Lo vale? Si eres fan, probablemente sí. Aunque la pretensión de crear estrategias para una vida cultural pasen a un segundo (o tercer) plano, y aunque el asistir a un concierto gratis (que nosotros mismos pagamos) no sea garantía de una identidad para con el gobierno de la ciudad; los eventos en el Zócalo son toda una experiencia, no necesariamente mejor. Así que la próxima vez, espero fervientemente sea Roger Waters, que veas anunciado un concierto en la Plaza de la Constitución asiste; pues pese a todo, tu boleto ya está pagado