Comienzo, lectoralectorqueridos, manifestando de manera explícita que yo nunca he hecho una tesis en mi vida —no vaya siendo que luego, en el futuro, algo—. Que estoy consciente de que, acorde a la legislación mexicana, es ilegal ejercer cualquier profesión sin la licencia correspondiente, y que tanto esta columna, como otras que he hecho —con letras o con cemento— aunque se mantengan incólumes por razones ajenas a la aprobación académica y a veces también ajenas a mi nulo propio entendimiento, quizá son ilegales, también manifiesto que precisamente por lo anterior soy siempre el primero en desestimar mi propia opinión sobre cualquier tema, porque insisto, no vayairsiendoqueluegoderepentepuesalgo. Pero eso sí, tengo una gran y confortable ventaja, y sobre todo una vindicación: que yo no soy el presidente de nadota, y mucho menos de un país tan complejo como el mío.
Ni falta hace especificar a dónde me dirijo: es muy obvio. Lo que quizá sí hace falta es darle una segunda (o tercera o décima) pensadita, pero eso nomás para no parecer prendado a priori y de manera irrestricta a mi chiquibaby Carmen, a la cual amo, pero no de modo injustificado, sino precisamente porque es la única (sí, digan lo que digan, la única) que se le pone enfrente a ese monstruo de mil encorbatadas —y hoy día, encopetadas— cabezas. ¿Por vindicta? ¿Por despechada? ¿Por verguera? ¿Por todo lo anterior y más? Pues en una de esas sí, pero creo que en cuestiones de país, ahí sí lo que importan los son los resultados, y no las motivaciones.
Ni es necesario engarzarnos tanto del tema en cuestión (y que aunque acá denuesten el origen, anda ahí dando la vuelta al mundo) porque los verdaderos periodistas y opinólogos seguro ya lo dijeron más y mejor. Los analistas siguen hurgando como siempre en sus anales, y pues entonces, lo que sería más importante es saber qué pensamos los demás (léase los de más), y que gracias al ese Zuckerberg y colegas, podemos escribirlo en tiempo real y de modo bien descocado.
Y es que más que leer a esos pésimamente llamados “líderes de opinión”, me di a la tarea de leer más bien lo que dicen mis cercanos, mis no necesariamente amigos, pero sí vecinos del muro azul y blanco, porque también ahí aprende uno mucho, pero no necesariamente de filosofía, de psicología, de periodismo o de leyes, sino más bien de sociología, de ontología, de epistemología, pero sobre todo de ética y moral. Ya saben, “casos prácticos”, les dirían en las universidades. Esos casos prácticos en los que se cataloga de nimio lo que se refiera al presidente nomás porque es “el presidente” (porque si no es cosas de faldas —o zippers— o de millones de dólares ni importa tanto [y eso sin bajarnos un escalón al gabinete, y así sucesivamente]). Esos casos prácticos en los que algunos le llaman “ridícula” a la investigación, pero no así a su propia indolencia y falta de interés. Esos en los que algunos dicen “ya sabíamos”, como siempre en el campo de la suposición, sin percatarse de que acá, gracias a la misma, entramos al campo de los hechos comprobados. En los que a algunos les parece que es “solamente” una falta moral, pero no les parece inmoral usar ese adverbio como apología. Ese “ay, nomás tantito” que tanto nos parte la madre.
Lo que pasa es que no vemos más allá de nuestra precaria realidad, y sobre todo, no vemos que esa misma precaria realidad está precisamente determinada por pendejos como ese y otros más. Que ellos son los que quieren hablar de legalidad con casasblancas y atencos. Que ellos son los que quieren evaluar maestros de escuelas rurales con estos resultados de escuelas particulares.
A mí, por lo menos, me parece bien hilarante que este Peñejo haya hecho una tesis de presidencialismo, seguro sabiendo que para allá iba, pero también seguro no sabiendo que, en las tesis subsecuentes sobre el mismo tema se le mencionará como el más imbécil repudiado de todos.
Y conste que ni menciono los otros líderes mundiales que han tenido que dimitir por andar de pinches copiones. Me lo ahorro porque allá, en el “primer mundo (lo que sea que eso signifique)” si se comprometiera una licenciatura, se compromete la maestría también por un simple asunto de requisitos, y por ende se compromete el mismísimo cargo por un simple asunto de currículo manifestado y así sucesivamente. Me lo ahorro porque pues sí, primer mundo allá, pero México acá. Me lo ahorro porque si problemas de corrupción de millones (de pesos y de personas) se arreglan con un hobbit y una disculpita, pues esto como sea. Me lo ahorro porque en mi país, el vocero de la presidencia se puede dar el lujo de ser irónico en su respuesta, porque ni modo que tengan que rendirle cuentas a los ciudadanos. Sí, me lo ahorro, pero a mí no se me olvida que en teoría, un líder tendría que ser una brújula en todo sentido hablando, pero sobre todo en lo moral. ¡Ah!, pero también se me olvida a veces que vivo en un país en el que los que los consejeros de parejas ni tienen pareja oficial pero vaya que tienen parejas extraoficiales, y desafortunadamente, infantiles. Se me olvida que los que exigen legalidad y culos limpios tienen cuentas en Suiza y el culo asqueroso. Y conste que también me ahorro hablar de una «universidad» que tiene de panamericana lo que yo tengo de finlandés y que también ha solapado múltiples casos de pederastía y fraude. Que no controla a un egresado plagiario, pero ¿qué tal controla colegiaturas y exenciones fiscales? Porque tienen razón los que dicen que el plagio no es grave, pero nomás porque comparándolo con cuanta chingadera ha hecho el peñejo en cuestión, es como no haberse lavado los dientes, pero la pregunta seria, sería: ¿es este el líder que ustedes quieren? No sé la respuesta, pero desafortunadamente, si nomás les da risita, si nomás es para hablar de periodismo y no de país, quizá siempre sí es el que merecemos. Si todos los que ahí están, en los puestos estratégicos, llegan por guiños o palancas (ejercidas o chupadas) y nosotros nomás vemos, a lo mejor sí nos lo estamos ganando.
Porque al parecer, la trampa es más institucional que el gobierno mismo. La corrupción entre nuestra clase política nos parece tan normal como entre las filas policíacas, porque si es normal que me robe el tira, a lo mejor también es normal que me robe el gobierno, pero: ¿eso está chido? Pues al parecer sí, porque en mi país son delincuentes educacionales los que promueven reformas educacionales. Y así, a infinitum.
¡Ah!, pero eso sí, que dice el Nuño que a él no le corresponde, aunque legalmente a él le corresponda el rollo de las cédulas profesionales. Y dice el acoquinado magistrado Eduardo Guerrero Martínez —su sinodal— que tampoco fue su bronca, que fue de las imprentas, y que la tesis estaba chida, pero que lástima que ya no la tiene. Curiosa respuesta sobre la justicia para alguien a quien le pagamos por impartir justicia.
¡Carajo! Si el problema fuera tan simple como la tesis, se resolvería también super-simple: se habla de un montón de libros “citados” ¿no? Y, ¿a poco de ninguno se acordó en aquella feria del libro de Guadalajara? ¿A poco, no se acordó de Krauze, ni de De la Madrid, ni de Velazquez, sino sólo de la Biblia?
Lo que pasa es que, salvo contadísimas excepciones, el que llega a lo grande comenzó con lo pequeño. El que tiene 50 empleados comenzó con uno, pero también el que comenzó robando a transeúnte luego termina secuestrando empresarios; y disculpita si soy paranoico, pero quizás es exactamente igual para el que roba 100 pesos porque empezó robando un peso; porque el que tiene una fortuna y un poder mal habidos, quizá comenzó robando unos parrafitos. Total, ni modo que importe, ni modo que nos demos cuenta, ni modo que exijamos castigo y escarnio.
Y nosotros, mexicanotes que somos, ya saben, peleándonos a ver si es cierto o no, si importa o no, y mientras, el verdadero enemigo con sueldo, título, Casablanca y casa enPinada…
Me cae que los que ameritamos una revisión, un regaño, una investigación incluso, somos nosotros.
P.s. Por si acaso:
BIBLIOGRAFÍA (Apegada lo más que me fue posible a las normas de la APA).
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(Y conste que nomás es para una columna, no para una tesis).