Fotos:José Jorge Carreón/Cortesía Ocesa
¿Qué tan bueno debe ser un concierto para olvidarse por completo del celular? Ayer, Sigur Rós logró lo impensable, nos hizo desconectarnos por dos horas del mundo real para adentrarnos a un universo onírico acompañado de visuales, colores y texturas en las que, para la mayoría, la única cómplice fue nuestra memoria.
Recuerdo la primera vez que vi a Sigur Rós en vivo, fue en el Corona Capital 2013, después de lograr no morir aplastada por fans de los Arctic Monkeys, vagaba por el festival hasta toparme con un escenario sin muchas personas. Cansada, me recosté en el pasto y comencé a deleitarme con la música de estos islandeses acompañados de cuerdas y percusiones. Escuchar a esta banda es un viaje y quien los haya visto ayer o hace cuatro años me dará la razón.
A las 21:00 horas el escenario del Auditorio Nacional, marcaba tres siluetas sobre él. Con unas luces muy tenues, las primeras siete canciones fueron interpretadas casi entre penumbras, algunas con luces más fuertes que otras. Canciones como «Á», “Ekki Mukk”y “E-Bow” dieron apertura a la melancólica noche, llena de paisajes fragmentados y colores cálidos. Un Jónsi entregándose en cuerpo y alma a su guitarra y arco, Orri concentrado en el piano y Goggi menos apreciado pero igual de percibido en el bajo.
Yo me encontraba en el balcón derecho del Auditorio, tenía una muy buena vista a decir verdad. Me bastaba con girar un poco la cabeza para ver las distintas secciones del Auditorio. Entre los juegos de luces y la potente voz de Jónsi sonando de fondo, miré a mí alrededor y me percaté de algo. No había luces blancas (de celular) ni molestos flashes. La gente miraba atenta a cada nota de las canciones, algunos se recargaban sobre sus piernas meditando o intentando creer lo que apreciaban. Algunos más derramaban alguna lágrima
Pasadas las primeras siete canciones, hubo un intermedio de veinte minutos el cual varios aprovecharon para salir a comprar palomitas o algún bocadillo. Le comenté a mi acompañante el asunto de los celulares “Oye, ¿ya viste que casi nadie está grabando?” “Sí, qué chido que todos estén prestando atención” me contestó. No digo que no había uno que otro que sacaba una foto o un pequeño video, pero si eran más de 50 estoy exagerando. Acabado el intermedio comenzó la segunda parte y nadie estaba preparado para lo que se aproximaba.
Una pantalla gigante llena de muchas luces led tenía al trió islandés oculto. De pronto se iluminaban ellos, otras veces la atención se te iba en las pantallas gigantes situadas a un lado del escenario donde se proyectaba a la banda, con un toque de psicodelia. Sonaron canciones como «Starálfur», “Sæglópur”, «Vaka», “Kveikur” y «Fljotavik» más potentes, con más estridencia, una explosión parecida a la proyección que acompañó a alguna de ellas. La energía de Sigur Rós se transmitía en cada falsete de Jónsi, tan potente, tan hipnotizante, que eran los mismos asistentes quienes pedían silencio cuando alguien emitía algún grito o sonido.
Eché un vistazo al público de nuevo, los celulares seguían sin aparecer. Todos estaban atentos a cada movimiento que los islandeses realizaban sobre el escenario. La primera fecha de Sigur Rós terminó con el vocalista arrojando su guitarra al suelo, mientras el público, de pie, ovacionaba y aplaudía al trío islandés durante casi tres minutos.
La noche de ayer me hizo recordar aquel viaje que tuve hace cuatro años. Los juegos de luces y el ambiente del lugar ayudaron a esa atmósfera, limpia y pura. Se sentía casi como un sueño, de hecho al salir del recinto había una parte de mí que no creía del todo lo que acababa de presenciar. Veía caras incrédulas además de la mía.
Nunca olvidaré este concierto, no sólo por el espectáculo visual y auditivo, sino por ser el primer concierto con ausencia de celulares. Sinceramente no creí vivir nunca para contar algo así. Más que la música, Sigur Rós lleva sus shows a otro nivel, un nivel artístico que pocas veces he visto, arte que nadie quiere ver a través de una pantalla. Me atrevo a decir que el show de ayer será uno de los mejores de este año, sino que el mejor. Porque una cosa es pedir a los asistentes que no graben con sus teléfonos celulares, y otra muy diferente hacer que ellos sean los que decidan no hacerlo.