Ha llegado el momento. Cuantas veces había querido utilizar esa palabra de seis letras. Etéreo. Lo que es intangible. ¿Qué hay más etéreo que una voz potente y una guitarra que evoca a la versión más sublime y sutil de John Frusciante? Ella es Tash Sultana. Su música es capaz de encontrar sentimientos extraños, que solo el amor y el arte.
Empezó como muchos otros talentos callejeros que viven el día a día con la ilusión que sin suerte no llega, y con suerte, muchas veces tampoco. En las calles, con una guitarra que le regaló su abuelo, unos pedales, y la firme intención de ganarle la batalla el demonio de la resignación. Pero, finalmente, dicho anhelo de frondosidad, de hacerse sentir, la ha llevado de la calle al estudio, de la aclamación del paseante, al reconocimiento en todo el mundo.
Primero fue Notion, el primer EP con un misticismo y del cual se desprendió “Jungle”. (Sí, la del videojuego de FIFA.) Ahora, y después de mucha especulación, aparece Flow State, un larga duración que le habla al mundo desde lo profundo de ese ser que busca la paz interna, la realización personal, el encuentro con el dharma.
Hay en Flow State, una serie de intenciones (que van desde hipnotismo psicodélico, R&B y pop) de toda esa música guardada en los vídeos de los turistas que la veían tocar en las calles de Melbourne. Trece canciones producidas por su propia disquera, Lonely Lands Records, y que se adaptan perfectamente a esas seis letras. Etéreo. Así, como lo que proviene de ese fluido hipotético invisible que sin peso llena todo el espacio, sus canciones colman el aire con vibra sensible.
Todo se confunde en un estado dinámico: la intensión, el sentimiento, el mensaje, la experiencia trascendental, el goce estético. Un álbum que permite el paso de múltiples energías, de lo instrumental de “Seeds”, a la psicodelia de “Cigarretes”, al pop de estructura “Murder to the mind”, a la balada intensa “Pink Moon”; que evoca a una nueva versión del new wave capaz de mezclar beats con los riffs más intensos, trompetas, tambores, teclados. “Seven”, “Salvation” “Free Mind” o “Blackbird” son destellos no solo de su habilidad innata como cantante, compositora y multiinstrumentista, sino también de su visión mística y trascendental del mundo.
Aunque una hora parece demasiado para los que piensan y buscan razones en todo, con artistas como Tash Sultana no importa ni la explicación ni el sentido. Lo que importa es la sensación, el arte por el arte sobre el arte para el arte y ante el arte. Importa solo el camino, aunque haya que hacerlo uno mismo.