Harry Potter y la Piedra Filosofal™ (en concierto): La magia de la música

Es interesante ver que los valores narrativos de un libro puedan llegar a traducirse en otros lenguajes; y sobre todo que estos en sí mismos puedan aportar distintas dimensiones de un mensaje. Para cualquier fanático de la franquicia Harry Potter, el nombre de John Williams debería significar algo; para los conocedores del cine estadounidense, aún más. Este compositor y director de orquesta tiene en su haber 50 nominaciones a los premios Oscar de la Academia entre las categorías Mejor Banda Sonora y Mejor Canción, de los cuales cinco ganó: Fiddler On the Roof, Jaws, Star Wars: Episode IV – A New Hope, E.T. the Extra-Terrestial y Schindler’s List.

Sin embargo, en su extensa trayectoria se encuentran también cintas como Indiana Jones (and the Temple of Doom, and the Last Crusade y and the Kingdom of Crystal Skull), Home Alone (traducida en México como Mi Pobre Angelito) y, por supuesto, las tres primeras películas de Harry Potter (and the Philosopher’s Stone, and the Chamber of Secrets y and the Prisoner of Azkaban).

Fue la conjunción del largometraje dirigido por Chris Colombus y producido por David Heyman y las piezas compuestas por John Williams lo que reunió a miles de fanáticos de la saga en el Auditorio Nacional. Pese a que la proyección de una película no es algo fuera de lo común, este recital «no sería convencional», tal como lo dijo el director de la Orquesta Internacional de las Artes, Robert Schwendaman en un español complicado; pues escuchar la ejecución de dichas piezas a la par del largometraje es una experiencia que prometía mucho.

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Este híbrido de cine-recital, sin las estrictas reglas de comportamiento de un concierto de orquesta —a excepción del saludo del director al primer violín; mujer muy guapa, por cierto—, sin el olor a palomitas o el llanto ensordecedor de niños en la sala de proyección y con la asistencia de seguidores fieles (y a decir verdad, muy entusiasmados) de la franquicia no hizo sino catalogar este evento como único. Esto incluso se ve en la identidad de las casas de Hogwarts: no todos quieren ser de Gryffindor y los de Slyterin son malos todos; también hay gente que jura pertenecer a Ravenclaw y quienes portarían con orgullo el emblema de Hufflepuff. Esto se notó con más ahínco en la vestimenta de los asistentes; túnicas, varitas, lentes redondos y bufandas de los colores de las respectivas casas.

Qué maravilla sentir el asombro de aquellos que alguna vez fueron niños, aquellos que seguramente ya han visto La Piedra Filosofal más de 10 veces y conocen todas las otras cintas. Y reaccionan con emoción cuando ven a cuadro a Daniel Radcliffe, Rupert Grint y Emma Watson en su tierna niñez o con conmoción al ver a Alan Rickman en su papel del profesor Snape; años después y al conocer la historia se sabe que este personaje nunca fue malo, esta reivindicación fue magnífica.

Sin embargo, resulta confuso poner atención total a la ejecución de la orquesta si es que se tiene el largometraje proyectado en tres pantallas. Esto es un punto desfavorable, pero que no palidece la experiencia de un evento así. Más ruidoso y costoso que ir al cine, pero con nostalgia a flor de piel. Ya sea de los seguidores que vieron las películas o se acercaron primero a la saga a través de los libros de J. K. Rowling, o de los padres de familia (ahora con más edad) que vieron reflejados en aquellos personajes la niñez de sus hijos

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