Fotografías: Ma. José Sánchez
No cabe duda que los humanos somos seres de polvo, ya sea representados en tierra o en cenizas, somos desvanecientes, ante el viento y ante la lluvia.
El pasado 12 de mayo fuimos testigos de nuestra fragilidad tanto emocional como física. Quién diría que junto a los agaves de Tequila, uno pondría en juego parte de su existencia, ante el cielo y las nubes que danzaban al ritmo de Akamba, nombre que significa «agave»en el idioma local purépecha.
El tequila a comparación de la cerveza, es una bebida espirituosa, es llamada así por la manera en que es procesada: la destilación. Yo prefiero llamarla así porque enaltece el espíritu, porque resalta el alma y te envía a un plano diferente, donde nuestro ente intangible vibra.
Algo así fue el festival Akamba, una mezcla de espiritualidad, sed y movimiento: una destilación de la vida, un proceso donde se separa la vida cotidiana y solo permanece lo especial que es el disfrute. Nuestros cuerpos eran vasos vacíos en espera de ser llenados de una experiencia nueva, de un momento único e irrepetible, teníamos sed de éxtasis y paz.
Todo vibraba en un movimiento circular, tan natural que nadie se percató de la sintonía ente los presentes, parecíamos dunas a la intemperie del viento, nos movíamos al compás de música y su vertiginoso halo de rítmico. Una Hollie Cook que asimilaba la flor de cactus en el desierto de Jalisco, un Timber Timbre como ilusión bebible entre la arena, Nicola Cruz tan alucinógeno como el peyote.
La danza a las faldas del volcán se tornó de muchas formas a diferentes momentos, por ejemplo, Akamba al atardecer ya era un ente vivo que se movía al ritmo de la guitarra de Sinkane, mientras que llegada la noche, el festival era sensualidad que se escurría a través de la voz de Mayer Hawthorne.
Los ritmos andinos de Matanza nos sirvieron de preámbulo para bailar toda la noche al calor de los agaves, mientras la ligera brisa nocturna se sentía como caricias en la piel.
Akamba significó un viaje en todo los aspectos, es un ir a la mitad de la carretera y encontrarte con nuevos viajeros, y a la vez es un trip a diferentes momentos: aquel tiempo en que el fuego nos separó de las demás especies, cuando nos hizo madurar y sobrevivir a la impetuosa existencia. También nos llevó al primitivo arte de la danza, entre tambores y movimientos inconscientes y totalmente emocionales. Nos transportó al caos del Big Bang, donde nace todo y mueren otros tantos extractos de la vida.
Un festival que nos recordó la fragilidad de la existencia, y la fuerza de los núcleos, somo polvo ya sea arena o cenizas, pero siempre en movimiento para seguir viajando en el espacio.