¿LO QUE IMPORTA ES LA INTENCIÓN? CONSTE…

Tengo discrepancias con las feministas. Muchas. Es decir, muchas discrepancias con muchas feministas de muchos feminismos (o feminismas). Sí, discrepo, pero es que de verdad no creo que construir edificios verticales sean alusiones falocéntricas, tampoco creo que la elección de la temperatura del aire acondicionado sea un acto de opresión machista heteropatriarcal, ni que para manifestar inclusión tenga que usar la letra “x” que tan bonita me parece por su escasez y escribir un ridículo “todxs”, ni creo que al coger con mi novia —no “a”, sino “con”, porque para eso hay muchas preposiciones (y posiciones)— le esté invadiendo su cuerpa y violándola de manera simbólica, y bueno, tampoco creo que deba comer muffins aderezados con menstruación para demostrar que no me dan asco las mujeres, ni en esos 5 días del mes ni en ningún otro. Yo discrepo. Mucho. De verdad me sacan de onda a veces, y me perturba un poco su beligerante y arbitrario “machete al machote”. Excepto el día de hoy.

En enero del 2015, en la zona turística de mi amado y sangrante Boca del Río, Veracruz, Daphne Fernández, una chica de, en ese momento, 17 años, fue subida a un carro por 4 tipos. No, no andaba cotorreando, no andaba filtreando, ni andaba de “putilla” como dirían algunos. Y no, no me consta, yo no estaba ahí, ni mis amigos jarochos tampoco, pero lo declaró ella, y lo corroboraron sus agresores también. Aceptaron que la subieron por la fuerza, que le quitaron su celular, y ya en la supernavegoe, a resguardo del calor tropical, pero sobre todo, de la vista de cualquier potencial defensor o defensora, la manosearon, le bajaron el brassiere, metieron las manos en sus bragas, y ya encarreraditos en carro y situación, ya que andaban por ahí, le metieron los dedos en la vagina.

Todos los que alguna vez tuvimos la esa mayoría de edad fresquita, los esos 18 años recién cumpliditos, y que teníamos una novia aún de 17, recordamos ese miedo exacerbado al tambo que ni los Ángeles Azules podían aliviar con su terrible canción “17 años”. Ya sabíamos que olíamos a presidio, y contábamos los días restantes para su cumpleaños con fervor. Y eso que la mayoría de nosotros nomás aspiraba a unos besillos prolongados, y entonces, uno pensaría que, si no fueron besos, sino irrupciones violentas y no consentidas en cuerpo ajeno menor de edad, pues se llama estupro y es tambo, ¿no? Entre 4, y además a la fuerza, como que suenan a agravantes y pues con más razón tambo, ¿no?

Pues que dice el insigne e ínclito “juez” Anuar González Hemadi que nel. Que, o sea, sí la tocó, pero nunca tuvo la intención de “llegar a la cópula vaginal, anal ni oral”. Que nunca tuvo “el impulso de satisfacer una avidez sexual, ni el propósito de ejecutar la cópula”. Que no buscaba obtener el “ánimo al deleite carnal” ni “un apetito inmoderado de sensaciones placenteras”. Y que, aparte, en realidad no estaba indefensa, porque uno de ellos le dijo que se pasara para adelante del carro. O sea, si no le estaba latiendo lo que le estaban haciendo, pues bien se pudo cambiar de asiento, ¿no? Que por ende, entonces, nel, no hay delito qué perseguir…

Te regalo y me regalo, lectoralectorqueridos, esos puntos suspensivos para que, frunzas el seño, te agarres el cabello, te rías —pero de esa risa culera, de incredulidad, de indignación—, te trates de arrancar el rostro, te fumes un cigarro, grites, te fumes otro, regreses, digas «es que no mames», y enciendas aún otro (o, como yo, todas las anteriores) para seguir leyendo, porque fuera de eso, ¿qué carajos puede uno decir ante tales despropósitos? No. Ni madres. ¿Cuáles despropósitos? Estas mamadas. Estas chingaderas. ¿En qué pinche puto país vivimos, vale verga? ¿En un mundo de “porkys”?, que no de puercos porque pobrecitos puercos, ¿por qué los comparan con estos hijos de su reputísima madre?

Me calmo, se calman, nos calmamos. Fue un juez, un juez, pues, el que dio la sentencia, y pues ni ustedes ni yo sabemos de leyes, ¿no? Qué bueno que este paladín de la justicia nos saca de esta ignorancia nuestra, que nos impide percatarnos de que un violador quizá no lo es, sino que se tropezó con un bache y en el aire se le salió su asqueroso chiquipiti y cayó justo dentro de una morra a la que segundos antes se le rompió el tacón y pues ya en el suelo, cayó justo dentro de ella. Que estos imbéciles quizá no tenían intención lasciva, sino que a lo mejor le metieron los dedos porque estaban buscando un pokemon® que les faltaba. Que quizá hasta Javier Duarte no tenía intención de quebrar Veracruz. Que el papá de Daphne hizo bien en confiar en las autoridades en lugar de conseguir un arma y defender a su hija, porque esta es justicia, nomás que no está preparado para entenderla. Porque dicen que “todos somos Daphne”, pero no, no a todos nos pasó, Daphne es ella, ella nomás, la que fue a buscar justicia y a cambio le metieron los dedos otra vez, y entonces, en una de esas, siempre sí todos somos Daphne. Y los bebés de la guardería ABC. Y los estudiantes del 68’. Y así, ad infinitum.

….

No hay mucho más qué decir. El “juez” ha hablado, y qué bueno, está chingón, porque uno no aprende por las palabras, y entonces, gracias a su exquisito ejemplo, estamos aprendiendo cómo es la justicia, para de ese modo, por supuesto, replicarla. Porque todos queremos justicia en la vida, ¿no? Entonces infiero que lo de compartir la foto de estos pendejos en redes, mentarles la madre, y mandarles mensajes de indignación no es un linchamiento porque no tenemos la intención de colgarlos de un poste hasta que dejen de respirar; entonces no es un linchamiento.

Algunos están preocupados porque esto crea un precedente para los futuros violadores, una coartada perfecta. Bueno, eso es porque, como en la escuela, no ponemos atención chido. Sí, esto crea un precedente de defensa, pero también de justicia, porque un día de estos, que ojalá no sea muy lejano, deberíamos entender que, a este juez y a todos los que así se comporten, a estos delincuentes y a todos de todo tipo, y sobre todo, a los políticos creadores de esta “justicia” tan pronta y expedita, podemos meterles un bat de baseball por el culo (y no soy experto en ese deporte, pero el más grueso de todos), porque pues nadie de nosotros tiene la más mínima intención lasciva.

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