FOTOS OCESA: CESAR VICUÑA
Muse y en 2 de octubre, tremenda combinación para una ciudad como la de México. Una fecha que no se olvida y no se debe olvidar, y para ello, las marchas estudiantiles de Tlatelolco al Zócalo y un concierto de Muse se encargan de que esta fecha sea memorable y quede largo tiempo en la cabeza. Día que contó, además, con el fervor del cielo en temporada de trombas capitalinas; no llovió. Perfecta ocasión para dejar un mensaje, y ¿qué mejor que aquel que se condensa en esa línea, the time has come to make things right? Pero me estoy adelantando.
Primero, la presentación de los teloneros, The Ruse, que, como siempre pasa en conciertos de tanta expectativa, apenas y logró conectar con los asistentes que empezaban a abaratar la primera de dos fechas en el Foro Sol. The Ruse bien, a secas; una agrupación con canciones de estadio muy prendidas pero que no consiguió meter de lleno a un público un tanto indiferente (al menos en la zona en que yo estaba) que se veía ansioso por presenciar a una de las bandas emblemas del siglo.
Si algo hace bien Muse es plasmar su concepto en escena. Aunque esta vez no hubo columnas ni pirámides espectaculares, las pantallas, la iluminación y la aparición de bailarines con trompetas y cascos cyberpunks le dieron continuidad a la línea más electrónica y futurista de la banda seguida hasta la fecha. Lo que Matt Bellamy, Dominic Howard y Chris Wolstenholme han estado buscando es llegar a un nuevo público a través de mucho synth y techno. No por nada la música de fondo que evocaba la intro de Stranger Things; no por nada el setlist que tocaron estuvo repleto de canciones de su último material, el Simulation Theory, como la abridora “Algorithm”, “Pressure”, “Break It To Me”, “Propaganda”, “The Dark Side (mi favorita de las nuevas, por mucho)”, “Thought Contagion” y “Dig Down”.
Esta vez no hubo un discurso político tan marcado como en otras ocasiones. Matt Bellamy solo dio las gracias en un español pulido, y se limitó a tocar el setlist complaciente pero (siempre) insuficiente. Luego del arranque vino “Psycho” de Drones revelando que la intención era darle primero a los fans nuevos y después a los más viejos, esos que se vieron recompensados con la llegada de esas joyitas de su discografía.
La primera de esas joyas fue “Uprising”, la única de The Resistance que tocaron, y que Bellamy no tuvo necesidad de cantar porque miles de personas lo hicieron por él.
La segunda fue “Plug in baby”, temazo breve y potente de la “dulce” época en que Muse era un grupo atorado en un bello existencialismo que los llevaba a explorar algunos temas como la demencia, la megalomanía y la codependencia.
Los mejores tres minutos de mi día. Game Of Thrones y Encuentros cercanos del tercer tipo se hicieron presentes, la primera con Pray (High Valyrian), y la segunda con ese sonido clásico de las naves que sirvió de introducción para “Super Massive Black Holes”. Hay un antes y un después de esa rola; fue la que puso a Muse en el panorama mundial y fue también la que los acercó, irónicamente, a esa gran industria de control a la que tanto se han opuesto.
El Foro Sol se cimbró; es una de esas canciones indispensables para el público masivo. Luego llegó “Hysteria”, la rola donde más se siente el bajo de Chris Wolstenholme y de nueva cuenta, la energía se desbocó hacia todos lados. Eso es también Muse un finísimo contraste entre el pop más groovie y el rock más alterado. Donde más puede sentirse la distancia con la banda de hace unos años es en los jams.
No renuncian para nada a ellos, y en cada oportunidad muestran que sus bases además de la música clásica es el rock de escuela Queen, AC/DC y Led Zeppelin. Sin embargo, algo sucede. Ya no tienen esa explosión ni esa intensidad para mantenerse improvisando por cinco minutos. Y eso se nota en la selección de rolas de The 2nd Law, el disco favorito del fan más ferviente que conozco. La de dubstep “Unsustainable”, la siempre genial y entregada “Madness” y “Mercy”, fueron las elegidas por encima de la poderosa “Supremacy”, la bestialidad que es “Survival” y la inmersiva “Animals”.
Afortunadamente llegó “Time Is Running Out”, otro hitazo directo a la médula, que demostró que podrán pasar los años, pero sus clásicas siguen siendo las que más encienden. Con eso, de alguna forma, sanaron la deuda por algunas de las rolas ausentes. Luego vino, “Starlight”. No hay set de Muse que se recuerde sin ella. Cuando llegó, en forma de falso encore, pasó lo de siempre; luces, aplausos, una voz al unísono. Eso solo significaba una cosa: la noche estaba cerca de terminar.
Eran las once y cuarto cuando empezó, al fin, la locura, gracias a un popurrí frenético en la que los tres dieron muestras de que aún les queda potencia en las espinas. Con “Stockolm Syndrome” vino una seguidilla de canciones, «Assasin”, “Reapers”, “The Handler” y “New Born”, en las cuales los tres músicos lograron integrarse en una poderosa ejecución de rock que recorrió territorios y épocas de su música más eléctrica. Lo malo, es que fueron tocadas en versiones demasiada cortas. Lo bueno es que tampoco importaba mucho. Arriba del escenario la aparición de un «Eddie»-alien versión Muse, pero escuela Pink Floyd se robó toda la atención de las miradas y las pantallas del celular.
No había tiempo para más. Solo faltaba una canción que todos sabían exactamente cual sería. La del “Guitar Hero 3”, la de «los caballitos», la del concepto absoluto de Muse que, ahora sí, puso a todos a repetir esa frase tan importante para un dos de octubre. Con el monstruo todavía en el escenario, sonó “Knights of Cydonia”, ese rolón ad hoc para cerrar una noche sublime, una noche que nos dice que ha llegado el tiempo para hacer las cosas bien, pelear por nuestros derechos, y no olvidar.