Fotos de archivo RK
No recuerdo una Sala Puebla tan abarrotada como la del 28 de noviembre (y ¿¡cómo no!?). Fue el regreso de Nicola Cruz a la ciudad de México, un músico que, aunque viene constantemente a la ciudad, no termina por agotar a su fiel público que incluso llegó a forzar el cambio de sede ante la demanda de boletos. Esta vez, el motivo fue la presentación de Siku, su nuevo material. El resultado fue una extraña fiesta que empezó después de la medianoche y duró una insuficiente hora y media.
En cuanto el productor ecuatoriano se adueñó de la consola con la primera de la noche, “Arka”, p masa de cuerpos heterogénea empezó a moverse al ritmo de su electrónica tribal. Es de destacar lo que hace Nicola Cruz. Él ha reinventado la fórmula creando una espacio donde los tiempos se unen, modernidad y antigüedad. El productor apuesta por las bases rítmicas de la electrónica, los beats, y por las progresiones que crecen en intensidad mezclándolos con las raíces de su tierra, los tambores, las flautas y las caracolas, creando una experiencia singular que evoca por igual un rave contemporáneo o una selva.
Así también es su espectáculo. Al frente, Nicola y su consola complementándose, hombre y máquina creando capas de sonido que aceleran los latidos en un set digno de un festival de música electrónica experimental. Atrás, una pantalla con visuales minimalistas, una concha o una piedra que da vueltas, que gira, se contonea, que baila como los cuerpos que se mueven apretados. Una fusión completa de lo ancestral y lo actual, tecnologías que se abrazan en un solo sonido.
Esa fue la tónica de un espectáculo continuo, en el que Nicola Cruz no tuvo ni dio descanso, sino hasta el final, en un especie de encore del que regresó para traer más fiesta con “Cumbia del Olvido”. Cuando terminó, el público tardó varios minutos en irse. Por las venas latía aún la fiesta. Fue, sin duda, un live set que explica a la perfección porqué cada vez que viene Nicola Cruz termina abarrotando los espacios.