Noche de tres actos: Love La Femme, Tralalí Lalá y Colores Santos en el Caradura

A veces, una noche de tres actos (y tres cervezas), es suficiente para calmar un poco esas ansias que carcomen. Una noche de presencia discreta y admiradores cautelosos en el Caradura. Noche de seguidores que han acudido para apoyar a alguna de estas tres bandas que sueñan con llenar foros más grandes en un futuro próximo.

La primera de ellas, Colores Santos, inaugura la velada con un sonido Vetustamorleano mezclado con folk nacional. Un grupo de chicas, que al parecer siguen en cada foro y recinto a la banda oriunda de Guadalajara. Ellas acompañan los coros de “Mexa” (“no tengas miedo de volar y perder el control”) convencidas de que estos jóvenes encontrarán la redención pronto, muy pronto. Un primer acto tan limpio como breve. Efímero.

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Luego, liderada por la carismática Citlalli García, de presencia hipnótica y una voz poderosísima, Tralalí Lalá se cuece aparte. Una banda que, hasta por el nombre, se prepara para convertirse en una de esas de culto en la escena mexicana. Un segundo acto que sirvió para dejar en evidencia que a la música del siglo XXI, ningún socavón del mundo la para. Un acto que evoca, en canciones como “Frágil” o “El Grito en el Cielo”, una presencia a punto de explotar y recorrer nuevos terrenos en el vasto campo de la música emergente. En definitiva un grupo recomendable.

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Por último, llega al escenario la banda con más recorrido y kilometraje de la noche: Love La Femme. Un dúo compuesto por una artista plástica (cuya obra se centraba en la mujer y sus patologías), y el ex guitarrista de la ya extinta y legendaria Santa Sabina.

Un tercer y último acto que empieza frío, un poco alejado de la gente que ha permanecido hasta el final y que, a medida en que se asienta su sonido nostálgico, va creciendo en intensidad y soltura hasta que, por un momento, es capaz de conmover con rolas como “Y despego” o “Ruleta”. Melancolía pop orgánica, esencial, mínima; sin necesidad de muchos instrumentos. Solo la voz desolada de una Marion Sosa ensimismada y la guitarra y armónica de un Pablo Valero que es capaz de tocar ambos instrumentos simultáneamente demuestra que, no por nada, él tocó al lado de Rita Guerrero. Añorantes.

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Y así, termina el concierto, con la esperanza de encontrar a alguna de esas tres bandas en otra ocasión, en otro foro, en otra noche de tres actos (y tres cervezas)

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