Nosotros y ellos: Rogers Waters en el Palacio

Fotos: César Vicuña/OCESA

Roger Waters – realmente no debería hacer falta más presentación que esa- regresó a México, específicamente al Palacio de los Deportes, con la gira «Us+Them». Una gira más egocéntrica -si puede más  alguien de este nivel- porque era básicamente una revisión a su obra en Pink Floyd. Nada de la época de Barret, todo era Dark Side of the Moon, Animals, Wish You Were Here y The Wall más una canción perdida del Meddle.

 

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Aún así es más que suficiente para tener un setlist lleno de clásicos, de canciones que todos corearon -probablemente todas, menos esas que salieron después del 2000 si somos honestos-, que te ponen la carne de gallina y te hacen sentir extraño porque parecería que es un concierto con canciones contemporáneas, no hechas en los 70’s y 80’s. Eso habla del genio de la banda con canciones del Dark Side of the Moon que son totalmente atemporales, siendo la naturaleza humana la que va por delante.

Con canciones del Animals o The Wall, la sensación es más extraña, porque sin querer hacen un show todavía más político. Waters es alguien que tiene muchas opiniones y no teme decirlas. Es más que sabido su posición respecto a Palestina e Israel, por ejemplo. 

Algo que creció de manera orgánica dentro del show fue que la ronda de canciones del lado negro de la luna… y esa perdida del Meddle, servían para demostrar la pantalla enorme full HD, que hacía que esos que estaban deteniendo el techo del Palacio no se perdieran ningún momento de la psicodelia que se fundía con lo que sucedía en el escenario.

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Una de las grandes ventajas de ser un nombre de este tamaño es que algunos músicos pueden ser más que suficientes para intentar hacer un buen uso de las canciones de la banda sin embargo, es indiscutible que siempre hará falta Gilmour… así como a Gilmour le hará falta Waters.

Holly Laesig y Jess Wolfe son un ejemplo de esto, con una tarea titánica: hacer la parte Clare Torry de estudio. Aprovechando también a unos solos vocales. De esos que hacían que todo mundo dejara el teléfono para ponerles atención, son esos momentos que hacen que valga la pena el boleto.

Para las labores de la guitarra, tres miembros Guy Seyffert, Jonathan Wilson y Drew Erickson; que se dividían las partes de slide, acústicas -esta con Waters– Lead & Rhythm guitar y bajo cuando hacía falta. Bo Koster y Jon Carin para el piano, teclado y órganos. Joey Waronker era el percusionista de todas personas sobre el escenario. Falta alguien que más adelante nombraremos.

Se nombra a toda la banda porque es fácil perderse en el espectáculo visual, pero cuando la música, en este caso, rock progresivo, exige precisión mientras la pasión le gana a los demás, es destacable que cada nota era correcta, justo cuando debía de ir. Además de esta precisión en la técnica y demás, hay que darle un premio al ingeniero de audio, sigue siendo uno de los dos únicos shows en los que el Palacio se escucha con esa claridad -el otro es Tool para los que se pregunten-.

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El segundo tipo de visuales, se notaba el tono con el intermedio para el segundo acto. Frases sobre todo los gobernantes que amenazan nuestra forma de vida, con hechos con que no son del dominio público pero deberían, como el caso de Razan al-Najjar, una paramédico palestina, que fue asesinada por snipers Israelíes cuando pretendía curar a un herido.

Este segundo acto era el que el genio de Waters, te hacía sentir incómodo. Abrió con «Dogs», siguió con «Pigs», luego «Money» y la que le daba el nombre al show. Bajaba del centro del palacio una fábrica, obviamente con Algie por encima. También había otro enorme que le daba las vueltas al Palacio con imágenes de Theresa May, Donald Trump, Rodrigo Duterte, Justin Trudeau, Vladimir Putin, Xi Jinping normales, juntas y editados.

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El show de Roger Waters fue una revisión a canciones que nacieron hace 30 años, que no solamente parece que no habían perdido impacto, sino que resonaban más. No sabemos todavía si eso habla bien de él o mal de todos nosotros. Por lo menos una parte era segura, justo antes del encore «Brain Damage» y «Eclipse» con la pirámide de láser con los colores, coronaban un final magnánimo.

El miedo al tráfico y la tarifa dinámica del Uber hizo que muchos se perdieran el encore, que fue seguido de una ovación de 10 minutos, mismos que le sacaron las lágrimas a alguien con más de 1000 shows en su currículum, por una sencilla razón: esa sinceridad no se puede fingir. Todo eso hizo que «Comfortably Numb» la cantaron todos con más emoción.

Algo raro para un concierto emotivo, porque a pesar de que tiene ya varias visitas seguidas, no deja de ser un concierto espectacular, emotivo; no importa de que seas fan. Son de esos que tienes que ver por lo menos, una vez en tu vida. Sobre todo porque Roger Waters parece tener energía para rato.

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