Por: Verónica de la Mora
Este año ha sido raro en todo sentido, y la música no se queda atrás. Tuvimos uno de los mejores regresos en la escena protagonizado por Fiona Apple con Fetch The Bolt Cutters así como estrenos únicos a nivel nacional e internacional, sin embargo de los discos que han llamado la atención de varios críticos importantes y medios (con las mejores calificaciones) han sido aquellos compuestos por cantautoras sea: Phoebe Bridgers, Hayley Williams, Jessie Ware, Charli XCX, U.S. Girls, incluso Dua Lipa.
No obstante uno de los álbumes menos esperados del 2020 ha sido el octavo material de Taylor Swift: Folklore, mismo que hace a un poco de lado la faceta de «cantante pop» capaz de crear hits propios de rankings como Billboard ya que en él encontramos una versión cruda, solemne y sensible en la que Swift consigue narrar historias trazadas a través de “deseos, sueños, miedos, caprichos y reflexiones”.
Al pensar en Taylor Swift se vienen a nuestra mente un sinfín de situaciones y sentimientos que han envuelto la carrera de la cantante Pensilvania; desde sus materiales dedicados a relaciones fallidas, problemas dentro del círculo de popstars o Kanye West.
En todo caso, su talento al momento de componer así como en escribir letras no está en duda. con Folklore el proceso y contexto fue diferente ya que se realizó en un momento de aislamiento de la cantante –como todos-. Asimismo una pieza clave dentro de este álbum fueron las colaboraciones de artistas como: William Bowery, Aaron Dressner (The National), Jack Antonoff y Bon Iver que más allá de transformar el estilo de Taylor, lo realzan con arreglos en los que se siente la esencia del folk a través de las teclas del piano.
Folklore se conforma de 16 temas que plantean un universo único que van desde el amor (más como un todo que hacía a alguien en especial), toques autobiográficos hasta reflexiones existenciales. Bajar la velocidad sin sacrificar el potencial de la voz de Swift fue una de las mejores decisiones para este material, elementos del ambiente ya sea el viento o cantos de aves le dan un toque diferente e íntimo.
El disco mantiene presente la continuidad en su sonido con canciones como “cardigan”, “august”, “the last great american dinasty” o “betty” las cuales conservan elementos orgánicos con olor a madera entre lo pop e indie folk. Por otra parte, la canción que marca una división en el álbum – no necesariamente porque suene completamente diferente, sino por la colaboración- es “Exile” en la que Taylor canta a dueto con Bon Iver haciendo una balada sencilla a piano y violines.
Hay momentos dentro del álbum que pareciera que escuchamos una continuación de I Am Easy To Find de The National o los rastros del: For Emma, Forever Ago de Iver, -claro, al estilo Swift-, sin embargo no es un disco plano que llegue a aburrir ya que los momentos entre la nostalgia, alegría y melancolía se balancean sin llegar a un punto donde todo explote.
Algo a considerar es que todo cambio conlleva una aprobación y desaprobación por el público, no sabemos si los fans que conocieron a Taylor con Red o 1989 reciban con los brazos abiertos este disco, sin embargo otros que se encuentren por primera vez un disco de la cantante, serán gratamente sorprendidos.
A juicio personal, creo que Taylor Swift le dio la mejor vuelta a su carrera al dejar atrás el filtro de cantante pop para explorar nuevos sonidos, abrirse como una compositora con un equipo de trabajo que la acompañó para realzar el potencial que existe en ella, dejando claro que es algo superior a: “Shake it Up” o “You Need to Calm Down”.