Si hay alguien a la que no le molesta definirse, esa es Hollie Cook. Llamó a su sonido “pop tropical”, antes de que la industria lo definiera por ella, con una urgencia por salir de la ansiosa indefinición, de la penosa incertidumbre de sonar a todo y no sonar a nada. Y ¡cómo no definirte cuando tu papá fue baterista de los Sex Pistols, tu madre corista de Culture Club y tu padrino Boy George!
Otros quizás hubieran sucumbido ante la presión de encontrar los grandes canales dentro de la música, o simplemente renunciar a ella. Tal parece que para la cantante y tecladista originaria de Londres el reggae (o “pop tropical” como ella llama) fue la respuesta para soltarlo todo. Si un primer disco es una provocación, un segundo es una insistencia, por lo que un tercero es ya una confirmación. Y en el caso de Hollie Cook, lo que reivindica es al reggae como ese lugar que existe entre todas las cosas que le gustan. Música ligera, rebeldía, ganas de soltarse sin mucha pretensión, sin muchas ganas de esforzarse por sonar única o diferente, y sin tanto punk feminista de su antecesora banda The Slits.
Uno supondría que el reggae es música para gente satisfecha, para gente que ya no espera más de la vida pues todo lo tiene. En el caso de Hollie no ocurre de esa manera. Vessel of Love llega después de una crisis y una aguda depresión (más comunes entre los músicos de lo que se cree). Utiliza el dub como un vehículo para trascender su malestar. «Angel Fire», «Survive», «Freefalling», son títulos de algunas de sus canciones; funcionan como mantras para encontrar un mensaje profundo en música sencilla, lleno de trompetas, teclados psicodélicos, coros, y una voz suave. Un trance sutil que te lleva a ese lugar que conocía Marley, lleno de olas, arena e incluso gaviotas. Pop tropical o quizás otra cosa producido por un grandes-ligas como Martin “Youth” Glover, co-productor de “Bittersweet Symphony”, y quién además ha trabajado con Paul McCartney y Depeche Mode. Música rica para ir sin prisa, que nos enseñaría la amiga hippie que todos tenemos, donde los nombres de las canciones realmente no importan, porque lo que importa es fluir sin apegos a lo que fue ni a lo que vendrá.