Black Rebel Motorcycle Club es más que un grupo de hombres rudos andando en motos Harleys por las carreteras de Estados Unidos, más que el soundtrack de Sons of Anarchy; y más que un montón de inadaptados, parias, causas pérdidas. Lo de ellos siempre han sido los himnos melancólicos, el rock como bandera. Rebeldes pero sutiles; extremosos más no radicales.
Veinte años han pasado desde que asaltaron la escena en nombre del rock & roll, con su fórmula sencilla, de canciones con estructuras tradicionales y pequeñas explosiones de libertad a cargo de potentes guitarras. Pertenecientes a una vieja guardia que ha visto a grupos llamados a la renovación de las bases disiparse en las aguas del agotamiento y la falta de ideas (como The Strokes o los Kings of Leon), Black Rebel Motorcycle Club regresa con su octavo disco, Wrong Creatures, y con nuevo baterista en su alineación. Sin buscar dar ni un paso atrás (ni uno adelante), con aquello que ya saben hacer.
Wrong Creatures abre con “DFF”, una entrada entre humo hacia un ritual denso y obscuro a la que siguen dos rolas que marcan la pauta del disco: la potente “Spook”, que demuestra que pesado y atascado no son necesariamente sinónimos. La lírica, por su parte está bien resuelta por Hayes, que define la terquedad de la banda y “Kings of bones”, con un altísimo final de guitarra y batería —pero que no termina de explotar— que deja al borde del éxtasis.
¿Cómo mantienes una moto a máxima velocidad? Subiendo para, después, bajar. Primero con “Haunt”, es una ¿balada? que suena a motociclistas llorando en una carretera fúnebre. Y después, con “Echo”, el pequeño nuevo himno de la banda que aparece en el primer tercio del disco. Perfecta declaración de amor, rola poderosa y romántica que retiembla y demuestra que los rebeldes sin causa también pueden ser sensibles y enamoradizos, pero nunca cursis.
Inmediatamente regresan a sus lares con “Ninth Configuration”, la clásica rola BRMC en crescendo, que empieza de a poco y se va desenvolviendo por sí sola. Casi siete minutos donde se mantiene la tensión, dando paso a “Questions of faith”, cuyo bajo es simplemente impecable y con una estrofa plagada de arrogancia ochentera que agradecen los amantes del rock.
Luego,“Calling them all away”, de ambiente denso y cavernoso es un trip provocado por voces que llaman desde el fondo de la conciencia a habitar los mismos lugares nocturnos, enérgicos y salvajes la brutal “Little Thing Gone Wild”. Y por si no fueran ya suficientes imágenes, llega la siniestra “Circus Bazooka”, digna de la narrativa de Sgt Pepper’s Lonely Hearts Club Band en cuadros; en una casa de espejos con payasos.
Finalmente otro gran corte: “Carried from the Start”, de letra misteriosa y simbólica, proveniente de las sombras, y que antecede a la dramática “All Rise”, una rola monumental con violines, piano, coros y una última línea que cierra como manifiesto.
Veinte años han pasado, y aunque el rock hoy en día pierde espacio, BRMC es una de esas bandas de estatus de culto, ancladas en el rock & roll de bases simples. Un club de raíces fuertes por más carretera recorrida. Como el nombre de su último disco lo dice, ellos son como criaturas extrañas en tiempos (que siempre serán) incorrectos. Criaturas de San Francisco que se niegan a dejar morir al rock & roll. Aferradas, terca y obstinadamente, a un estilo de vida amenazado por la extinción en tiempos de sobredosis de hip hop, trap, reggaetón y lo que pueda existir entre ellos. Criaturas aferradas a un romanticismo de rock clásico, de chamarras de cuero, cigarros y discos completos