Un chico enfrente de mí le pregunta a una chica si conoce a alguna de las bandas del cartel. La chica, sin dejar de agitarse salvajemente al ritmo del punksito poderoso de Bush Tetras, le dice que no, no conoce uno solo de los nombres del cartel. El chico que pregunta se ríe, voltea al escenario, se acerca al oído de ella, y, como quien cuenta un secreto, le dice: “Yo tampoco”.
Con esa escena podríamos definir el Festival Nrmal. Muchos de los asistentes acuden a la cita como un acto de fe, confiando en la curaduría de los organizadores. Y aunque, su cartel no era precisamente el mejor de la historia, tenía dos razones (o nombres) que valían la pena aguantar el tráfico en Constituyentes: Flying Lotus y Juana Molina. Pero, después de que Flying Lotus, cancelara su presentación horas antes del evento, ¿podía sostenerse el festival solo con Molina? Eso estábamos a punto de comprobar.
Lo primero que hay hacer notar es que a los asistentes, en este tipo de festivales alternativos, poco les importa si Juana o Chana. Aquí, lo importante es la música en sí misma, y no las selfies; es la esencia misma de los festivales con experiencias cercanas y directas en vez de las grandes multitudes impersonales. Y así fue mi experiencia en NRMAL 2020.
Primero Fumata, Jackie Mendoza y Belafonte Sensacional pusieron el talento mexa en todo lo alto. De Belafonte Sensacional hay que decirlo: es una banda que vale muchísimo la pena ver el vivo. Después apareció Mateo Kingman para contagiar de su vibra a los asistentes con su electrónica selvática y ecuatoriana.
Sin embargo, fue hasta que subió al escenario Wand que el festival tomó tintes de FESTIVAL en serio. Guitarras pisodélicas, jameos largos, intensidad. Lo único cuestionable del acto es que no estuvieran más tarde cuando noche ha caído y la gente pide lisergia pura.
A partir de ahí, el ritmo del día cambió. La dinámica del festival consiste en dos escenarios juntos, así que, de derecha a izquierda la gente se movía para pasar una propuesta de otra. Y así de Wand y su psicodelia pasamos a Bea1991 y su…¿? ¿su qué? Lo de Bea1991 es exótico. Su música experimental mezcla electrónica con minimalismo con sintetizadores, pero al final escapa de toda clasificación.
Todavía había muchas luces en el cielo, y ya habíamos llegado a más de la mitad del NRMAL. Era el turno de The Sea And Cake, que nos transportó directamente a lo noventas con un rocksito suave, cómodo, para contemplar y caminar por las parcelas verdes del Deportivo Lomas Altas. La agrupación estadounidense ofreció un concierto lleno de matices musicales, indie rock, baladas y rock de largo aliento.
Pero se necesitaba algo más que eso para olvidar a Flying Lotus. La gente necesita de mucha energía para soportar la vida azotada por el COVID19, los feminicidios, Donald Trump… Y eso fue lo que llegó. Primero, Byetone que reemplazó al rock de antaño con el techno de hoy. Y entonces sí, se desató la locura, el movimiento de los cuerpos, el éxtasis de la fiesta capaz de hacernos olvidar la ausencia de ese genial productor que no se presentaría.
Cuando salió Bush Tetras el público ya estaba en su jugo. La vocalista solo necesitó un par de mensajes antiTrump para levantar la euforia y movilizar a esa poderosa masa que quiere andar hacia adelante. Su punk es refrescante, efervescente, NECESARIO.
Finalmente, Juana Molina, ¡¡ufff!! Es muy pronto en el año para decirlo, pero empiezo a sospechar que será de lo mejor que veré este 2020. La energía que proyecta es hipnótica. Su música es simplemente excepcional. Su presentación en vivo es digna de cualquier festival. Mencionen el que sea, Coachella, un Ceremonia, un Corona Capital; su propuesta de rock alternativo con le electrónica más experimental espejea a su manera a Radiohead, en especial el Kid A.
Fue un cierre tempranero de la edición que, todavía, se dio el lujo de tener un set de dos horas de Ruiseñor, un proyecto electrónico que se adueñó de una pequeña carpa en medio de la explanada y no ya en la pista. Un show “mientras se van”, durante el cual el público se fue diluyendo.
Conclusión: la música es la música, caray. Aunque uno que escribe sobre ella no puede evitar caer en la obsesión por los nombres que día a día construyen la música, a veces, en medio de la gente en los festivales, no puedo dejar de pensar que eventualmente dejaremos de preguntar ¿quién toca o quién canta esta canción? Lo que importa no es ni el rostro ni la etiqueta, sino las voces, el sonido, todas esas vibraciones que nos instan a seguir caminando pese a todo, aunque el mundo, aunque la muerte, aunque no haya Flying Lotus.