LODO. Lodo, barro, tierra, mugre, la palabra que sea, en eso se convirtió la tercera edición del festival Hipnosis 2019. Se les advirtió, eso sí, y los asistentes llegaron preparados para al fango, la lluvia y el frío. Un festival para guerreros y auténticos espíritus melómanos.
Lejos. Lejos quedó el glamour de los festivales de la CDMX, hechos a medida para los oportunistas de las selfies. Después de una hora de camino, y dejar la Marquesa atrás, los límites de la ciudad se desvanecieron y solo dejaron contemplar, desde Las Caballerizas, algunas casas de Huixquilucan sobre las colinas.
El Hipnosis puede parecer un festival cualquiera, con sus activaciones, sus pulseras cashless, sus food trucks, y hasta su Zona VIP. Pero no lo es, por más que uno se pregunte por qué estas bandas no tocan en un Corona, aquí lo importante es su cartel y su imponente curaduría. Por eso, desde las 12 empezaron a llegar los primeros asistentes, en su mayoría en los transportes “oficiales” para la ocasión. No querían perderse nada.
Sei Still, inauguró las acciones, con un rock mexicano que bebe del garage, el punk y la psicodelia, bajo un cielo nublado que anticipó la tormenta. Le siguió The Darts, un punk gótico hecho por chicas y empezó a agrupar a la gente bajo el escenario, donde podían encontrarse zonas lodosas y otras más firmes. Con Tajak y su rock psicodélico obscuro y experimental, de exportación mexicana, empezó la lluvia, la primera del día. Y aunque algunos corrieron a refugiarse en las insuficientes carpas que había, muchos optaron por sacar sus impermeables plásticos de colores, aceptando la premisa que mientras más rápido uno se moje, más rápido se acostumbra.
Fue el turno de The Holydrug Couple, un dúo chileno que evoca al Tame Impala más bluesero y onírico, y con ellos, salió el sol. Aunque el sol, así como su música, fue solo una ilusión bella pero pasajera, que persistió también en el set que ofreció Crumb. Uno escucha la suavidad de Lila Ramani y es imposible no pensar en Beach House o hasta en Portishead. Crumb es, sin duda, dentro de todo el cartel el que más posibilidades tiene de conectar con más público fuera del Hipnosis.
Llegó el momento de una de las bandas mas esperadas. Los japoneses Kikaguku Moyo fueron, sin lugar a duda, uno de los actos más intensos de la tarde. Un rock progresivo que magulla, que revolotea. Irónico fenómeno de la globalización 2.0; una banda japonesa de rock progresivo, transportando a los setentas (cuando la virtud y la velocidad instrumental eran lo más valorado) a los amantes de la música, ¡en Huixquilucan! Hubo un antes y un después de Kikaguku Moyo, que clausuraron la tarde y dieron la bienvenida a la noche, al frío, al aguacero, y a su majestad: el LODO.
Hasta antes de ese punto, aún había espacios de tierra firme donde uno podía jugar con la ilusión de control. Pero una vez que Uncle Acid And The Deadbeats se adueñó de la noche con su stoner rock tan inclemente como el aguacero que cayó en ese momento, solo hubo conclusión posible: había llegado el tiempo del lodo. El «tío ácido» convirtió a todos en iguales a base de guitarrazos; la carpa VIP, la zona de prensa, todo se llenó de barro. No había lugar para escapar de la música… ni del barro.
A esta altura solo había dos opciones: retirarse con quejas por la organización y logística del evento (como algunos medios de prensa hicieron) o aceptar que del barro venimos y en barro nos convertiremos. El primero conlleva la queja y el desprecio, ¿por qué bandas tan chidas en un lugar tan culero? Y el segundo, a la relajación, el disfrute de la música sin prejuicios. Mild High Club representó eso: la lenta resignación hacia la psicodelia de un pop woozy, el sutil camino hacia la noche, cada vez más presente y fría.
Pero si hay una imagen que sintetiza el Hipnosis es la siguiente: un joven con las botas hundidas en el barro pagando una cerveza con su pulsera cashless mientras que, a lo lejos, canta el hijo de John Lennon. Más allá de Stereolab, si una banda generó expectativa fue The Claypool Lennon Delirium.
¿Qué diría Lennon, si todavía viviera, de ver a su hijo tocando en un casi pantano? Probablemente se sentiría orgulloso por consentir a una multitud tan pacheca, intensa y estoica como la del Hipnosis. El dúo conformado por Sean Lennon y Les Claypool fue simplemente fenomenal (hasta se dieron el lujo de interpretar «In the Court of the Crimson King»); una experiencia de sonidos hipnóticos, lisérgicos, que, acompañados de los visuales de The Mustacho Light Show le hacían honor al nombre del festival.
Cuando Stereolab salió a las 11:15, el frío era ya despiadado. La presentación de Stereolab fue larga y frenética, demostrando por qué la banda franco-inglesa es considerada por muchos como legendaria.
Aunque todavía quedaban bastantes asistentes en el lodazal, muchos, cansados de la jornada, decidieron contemplar la presentación desde las fogatas que se prendieron a la distancia; otros, solitarios, caminaban hasta los límites del terreno en una búsqueda personal bajo los árboles, sin embargo, todos se dejaban arrastrar por el sonido ecléctico y enigmático de la banda formada por Laetitia Sader y Tim Gane. Punto cumbre para una banda que nunca había pisado tierras mexicanas.
Fu Manchu fue solo un trámite. Un buen rock, fuerte, pesado, que se sintió, quizás, excesivo dentro una jornada que ya había dado su mejor repertorio. Eso sí, muchas personas seguían al pie del cañón, más que presentes, sin resignarse a dejar aún las Caballerizas, y subir a los camiones que los traería de regreso a la ciudad. Esos, queridos lectores, son los verdaderos guerreros, y son para los que el rock jamás morirá por más lodo, barro, tierra, mugre, o como quieran llamarle.