Norman Fucking Rockwell: La pinche (bella) nostalgia según Lana del Rey

Lo confieso y lo digo como lo he hecho desde hace tiempo. Me declaro fan de Lana del Rey. Mucha gente no lo entiende (yo a veces tampoco). “Lana es absolutamente soporífera, melodramática y aburrida” me han llegado a decir. Y sí, hay algo de verdad en todo eso. Recuerdo su presentación en el Corona del 2016. La artista llegó a sentarse demostrándome que ella y yo simplemente no conectamos en directo. Alguien me dijo además que Lana del Rey es proyanqui, a favor del american way of life y defensora de modelos que le han dado a la madre al mundo. Y sí. El montón de referencias en sus letras a la cultura norteamericana hace evidente el porqué su música es la gran apuesta de la industria indie. Sin embargo, ninguno de estos argumentos ha logrado disminuir el efecto que su música me produce. Ella logra mover lo que no consigue, por ejemplo, ni la música de Ximena, de Carla o de Natalia.

Por eso, para mí, Norman Fucking Rockwell no es un disco más de Lana del Rey: es UN DISCO MÁS de Lana del Rey, que mantiene los mismos defectos y virtudes de sus antecesores. El nuevo material de la cantautora neoyorquina puede ser para una gran mayoría una planicie extensa, un material inaguantable, demasiado largo, irregular, con canciones que simplemente no encajan con la tónica del álbum. A todxs ellxs les concedo que hay muchas razones para ser feliz y tienen su derecho a no soportar a Lana. Para los fans, sin embargo, para esos animales de nostalgia, masoquistas de retrovisor, aduladores de esa bella tristeza que empapa la médula de recuerdos quinto álbum de Elizabeth Grant es una nueva manera de abordar la misma tristeza de siempre. Sin ser el mejor trabajo de su carrera es otro material excelso, muy bien producido por Jack Antonoff (que también estuvo detrás del último de Taylor Swift) con canciones preciosas, icónicas, que se dejan sentir sin mucho esfuerzo como ‘Happiness is a butterfly’, ‘The next best American Record’ o ‘California’.

Aunque, si he de mencionar rolas, destaco dos, curiosamente los primeros sencillos: ’Mariners Apartment Complex’ y ‘Venice Bitch’. La primera es una muestra del crecimiento de Lana como compositora en donde apuesta por la sencillez sin ningún tipo de arreglo. Pianito y/o  violines, nada más, al estilo de uno de sus íconos, el inmenso Leonard Cohen (q.e.p.d). La segunda es una rola épica de casi 10 minutos, que es apariencia suave, adorable, pero, que después de un rato se desenvuelve musicalmente en psicodelia; una canción, que (aunque apresurado el juicio) puede entrar en mi top 10 de mi querida Lana. Entre esas dos canciones se puede rastrear el tono del álbum; es decir, un poco lo mismo de siempre, letras de amor, cargadas de nostalgia, arreglos mínimos, momentos donde no sucede nada, el regreso a esas bases llenas de violines y melodrama en canciones como «Love Song» o «How to disappear».

 

Así es Lana del Rey; si algo le critican es que lleva toda su carrera sumergida en su misma zona, sin asomarse apenas a explorar texturas y horizontes. Y esto es muy notorio en este material. Un poco de lo mismo. Lana del Rey en su máxima expresión, lo que es irónico, ya que es justo ese sonido repetitivo el que logra, de alguna forma, conectar con muchas personas que plagan sus playlists históricas con odas a la tristeza y al pesimismo región Radiohead (pensemos en Nude”, hermosa y pinche “Nude”), sabor Interpol, marca Lana, Ahí, en la mía aparecen, por ejemplo, “Ride”, “Born to die”, “Shades of cool”, por mencionar algunas. Dicen que recordar es vivir y eso es precisamente la música de Lana del Rey, canciones que me han entrado más por osmosis que por decisión, pero que están ahí, en lo más profundo de mi espina, trayendo a colación aquellos momentos marcados por el amor, el engaño, el (ex)sexo, y la intensidad, que he decidido guardar, aunque duelan. Y es que es tan útil y bella la felicidad como la tristeza (y eso hasta Pixar lo sabe).

En el caso de Lana del Rey son los álbumes los que se han plasmado como huella. Ahí está, por ejemplo, el Born to die, disco que no solo me recuerda Mommy (2014) de Xavier Dolan, si no también a una amiga pacheca, querida y melancólica, a la que quiero con locura. Ultraviolet es, en cambio, un recordatorio de una frenética aventura francesa que me costó una relación de cinco años (pero de la que no me arrepiento). Honeymoon fue un viaje a la playa con mucha hierba para olvidar ese rompimiento; y Lust for Life fue el encuentro de la persona con la que hoy vivo en una intensa y genial relación abierta. Y, aunque es muy pronto para decir lo que Norman Fucking Rockwell será en mi vida, estoy seguro de que será una obra más que conectará tarde o temprano con algún momento al que podré voltear a ver con mucha bella (y pinche) nostalgia.

 

 

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