Aztlán: misma música del nuevo Zoé

Pensar que Zoé ha ofrecido algo completamente distinto en Aztlán (2018) de lo que ha ofrecido antes, sería declarar la traición de principios al épico y ya lejano Memo Rex Commander y el Corazón Atómico de la Vía Láctea. Sin restarle mérito al pachequísimo y genial disco de 2006, había también ya rasgos de excesivo romanticismo, fusilería y ese colorido pop sintético que hoy ha tenido un resurgimiento fuerte en grupos como Camilo VII, Rubytates, Costera, etcétera. Como muestras, ahí están la sublime y melodramática “Paula”, la memorable y etérea “Vía Láctea” y la envolvente y suplicante “No me destruyas”. Eso sí, todo estaba envuelto en ricas capas rítmicas, en una propuesta sonora a veces eléctrica, a veces psicodélica, encajando en una propuesta pop auténtica que reinventaba el género y colocaba a León Larregui y compañía como el relevo generacional de bandas como Zurdok (y hasta mejor que dicha banda comandada por Chetes).

 No debemos conformarnos con un disco de buena manufactura pero poco fondo

En ese sentido, no es descabellado pensar que Aztlán no es más que la continuidad en el camino cordial de la banda marcado desde la ya clásica “Love”. Es decir, que “Venus”, “No hay mal que dure”, o “Al Final”, son canciones nuevas del mismo Zoé a la cabeza de los carteles y las preferencias de la radio. Pero, ese camino es cada vez más suave, cada vez más sintético, cada vez más meloso. Y, aunque no tengo nada contra la banda porque, vaya, me he enamorado, me he drogado, y he hecho el amor con muchas de sus canciones; me cuesta creer que “Temor y temblor”, la rola más pirada del disco, se acerca siquiera a alguna del Reptilectric del estilo de “Fantasmas”, “Luna” o hasta “Poli”.

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Los álbumes y años han pasado, y quizás no es descabellado dejar de pretender que a este Zoé le falta algo (¿Jorge Sidharta?) desde su monumental Unplugged. Podrán convencer a muchas niñas ruidosas y a muchos nuevos enamorados. Pero así como no debemos confundir a León Larregui con un rockstar por salir con sus ojos rojos y su actitud ‘déjenmesolo’; tampoco debemos conformarnos con un disco de buena manufactura pero poco fondo. Se necesita más que una pose o siquiera una banda para ser un ícono del rock (veáse Fito Páez) y se necesita más arrojo hoy en día para relanzar la escena, tan vasta en nombres pero tan falta de atrevimiento (veáse Tips para ir de viaje de Vaya Futuro).

Zoé
Zoé

Dicho todo lo anterior, no todo es malo en Aztlán. Incluso puede considerarse hasta una evolución del soso pero exitoso Programatón, que parecía más bien proyecto solista de Larregui Volumen 2. Al final, el disco mantendrá a Zoé el resto del año (y mucha parte del siguiente) sonando y llenando, sonando y llenando, sonando. Seguro terminaré dedicando “Azul”, agregando “Oropel” en la esquina de mi lista del año. Y seguro terminaré esperando (ingenuamente) que el próximo disco sea nueva música del Zoé de antaño

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